Las palabras de Donald Trump ante la prensa luego de la reunión de casi tres horas en Alaska con Vladimir Putin es una gran explicación del primer cara a cara entre ambos mandatarios desde 2019: “No hay acuerdo hasta que haya un acuerdo”. Puede sonar a frase de autoayuda pero es un sensato resumen de cómo quedan las relaciones entre las dos mayores potencias militares del planeta tras la bilateral del viernes. Y que echa por tierra las expectativas que se habían retroalimentado los medios occidentales. No hubo acuerdo sobre algo concreto porque no era eso lo que habría de estar sobre la mesa y, por otro lado, ¿alguien cree de verdad que poner fin a la guerra en Ucrania es cosa de tomar un café y estrecharse las manos? Eso podía funcionar en la campaña presidencial estadounidense de 2024, pero no en la vida real. Más aún cuando dos de los directamente involucrados, Unión Europea y Volodimir Zelenski, que no tienen entre su favorita a la palabra “paz”, no fueron invitados.
A ellos se refirió Putin al término de la cumbre en la que los dos presidentes coincidieron en que habían sido conversaciones muy constructivas con “grandes avances”, aunque no hubiera anuncios. “Esperamos que Kiev y las capitales europeas acepten todo esto en clave positiva y no busquen poner obstáculos. Que no intenten frustrar el avance con provocaciones o intrigas detrás de bastidores”, dijo, lapidario, el ruso.
“Llamaré a la OTAN dentro de un rato, llamaré a las personas que considero oportunas y, por supuesto, llamaré al presidente Zelenski para informarles sobre la reunión. En última instancia, la decisión depende de ellos», se sumó el empresario inmobiliario. Dejando en claro que la Casa Blanca busca correrse de la responsabilidad en la situación ucraniana que, sin embargo, le cabe a Estados Unidos desde el golpe de estado contra Viktor Yanukovich de febrero de 2014. El origen para el Kremlin del conflicto que derivó en 2022 en la Operación Militar Especial (invasión, para Occidente).
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De hecho, si alguien puede trabar este acercamiento pragmático entre Moscú y Washington es Europa, que comprueba nuevamente que ya no tiene estatura como para un lugar en ese tipo de mesas. Lo de Zelenski tiene otra dimensión. Con mandato vencido el 20 de mayo de 2024, se mantiene en el poder gracias a una prórroga autorizada por la ley marcial. Si se llega a la paz definitiva en Ucrania en los términos de Putin, la OTAN se podrá considerar perdidosa en el campo de batalla y también en cuanto a su peso global.
Zelenski teme una ofensiva judicial sin precedentes por su gestión de la guerra y denuncias de corrupción por ahora cajoneadas. Hay que considerar que se opuso -obedeciendo indicaciones del entonces primer ministro Boris Johnson- a un acuerdo de paz elaborado junto con el turco Recep Tayyip Erdogan en abril de 2022. Además, el presidente ruso no lo reconoce como autoridad válida para firmar cualquier pacto.
Mucho antes, en 2014 y 2015, Kiev y la OTAN habían boicoteado los acuerdos Minsk I y Minsk II, que podrían haber evitado la guerra ya que garantizaban la seguridad y autonomía de las poblaciones rusófonas del Donbas. Razón de más para no creer que en el encuentro que se realizó este viernes en la base militar Elmendorf-Richardson, en las afueras de la capital de Alaska, Anchorage se podría haber llegado a un documento final. Los rusos tienen además buenas razones para desconfiar en la palabra de Occidente al punto que anotan como origen primigenio de esta situación al avance de la OTAN hacia el este que los líderes de la época se habían prometido no llevar a cabo en 1991, a la caída de la Unión Soviética.
Una imagen que viralizó este mismo viernes fue la del canciller Sergei Lavrov vistiendo un buzo blanco con las letras CCCP. Es la sigla en grafía cirílica para SSSR, el acrónimo ruso para Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
El mensaje de esta cumbre estaba más teñido de esa simbología de lo que Occidente estaría dispuesto a aceptar públicamente. Por un lado, reflotó el recuerdo de que Alaska fue parte de la América Rusa hasta que fue vendida en 1867 a EE UU. Putin visitó el cementerio donde reposan los restos de pilotos soviéticos caídos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando ambas potencias eran aliadas contra el nazismo. Allí se encontró con el obispo Alexis, sacerdote de la Iglesia Ortodoxa local, y le entregó de regalo un ícono de San Germán, el santo patrono de Alaska, y otro de la Virgen María. El cura, a su vez, le agradeció a Rusia haber dado a esa región “algo muy valioso: la fe ortodoxa”.
Pero hubo más. En la delegación rusa había una veintena de altos cargos de los cuales solo cinco se sentaron a la mesa de discusión: Lavrov; el ministro de Finanzas, Antón Siluánov; el titular de Defensa, Andréi Beloúsov; el director del Fondo Ruso de Inversiones, Kiril Dmítriev; y el asesor presidencial Yuri Ushakov. Todos los integrantes de la comitiva son nacidos en la URSS, dos en actuales territorios ucranianos, uno en Georgia y otro en Estonia. El resto en Rusia. Salvo Ushakov, todos los demás fueron sancionados por Washington. El exjefe de las Fuerzas Armadas, Sergei Shoigú, y el actual comandante, Valeri Gerasímov, al igual que Putin, tienen orden de detención de la Corte Penal Internacional.
De la injerencia rusa a la invitación a Zelenski
Donald Trump no la tiene fácil para encaminar esta parte de su mandato, atosigado por sus batallas arancelarias y la crisis provocada por la Lista de Epstein. Su otra promesa electoral, la de poner fin a la guerra en Ucrania, amenaza al Estado Profundo, esos intereses de la industria militar y mediática que apuestan a un enfrentamiento contra Rusia, que no parece tan fácil en la realidad como en las mesas de arena. Para llevar adelante su estrategia, Trump azuzó el fuego sobre la manipulación de los demócratas en torno a la “injerencia rusa” en las elecciones de 2016, un tema que destapó la titular de la Dirección Nacional de Inteligencia, Tulsi Gabbard. El “Objetivo Rusia” está en la mira de los que realmente digitan la política estadounidense desde mucho antes y ya le habían bloqueado acercamientos con Moscú a Barack Obama.
Putin apuntó contra Europa y Volodimir Zelenski como posibles agentes contra un acuerdo de paz en Ucrania. Trump lo sabe, por eso se apuró a darles su versión de lo conversado en Alaska y anunció que mañana recibirá al ucraniano en el Salón Oval. Una declaración firmada por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el francés, Emmanuel Macron: la italiana, Giorgia Meloni; el alemán, Friedrich Merz, el británico, Keir Starmer; el finlandés, Alexander Stubb; el polaco, Donald Tusk; y el presidente del Consejo Europeo, António Costa, dice haber recibido “con satisfacción los esfuerzos del presidente Trump para detener la matanza en Ucrania, poner fin a la guerra de agresión de Rusia y lograr una paz justa y duradera”.
El anuncio de que el viernes próximo Donald Trump y Vladimir Putin se reunirán en Alaska dejó colgado de un pincel a Volodmir Zelenski, que reclama su lugar en una mesa de negociaciones donde el tema central será el fin de la guerra en Ucrania. Pero hasta ahora los presidentes de EE UU y de Rusia no parece que le vayan a dejar espacio en esa cumbre a la que el empresario inmobiliario llega con aires de triunfo por haber logrado que los jefes de estado de Armenia y Azerbaiyán firmen un acuerdo de consecuencias trascendentales para el futuro de las naciones caucásicas pero mucho más para la geopolítica de Asia Central.
Luego de los últimos escarceos con el vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso Dmitri Medvedev -amenazas nucleares incluidas- y de un ultimátum para que Moscú firme un alto en fuego con Kiev, no se percibían muchas posibilidades de un face to face Trump-Putin. Pero este miércoles el enviado estadounidense, Steve Witkoff, se juntó con el mandatario ruso en el Kremlin y las dos versiones del encuentro coincidieron en que había sido muy positivo. Dos días más tarde se puso fecha a la bilateral. Y lo más llamativo, se puso también lugar. «La tan esperada reunión entre yo, como presidente de los Estados Unidos de América, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, tendrá lugar el próximo viernes 15 de agosto de 2025 en el Gran Estado de Alaska. Próximamente se ofrecerán más detalles. Gracias por su atención», posteó el inquilino de la Casa Blanca en su cuenta de la red Truth.
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A primera vista parecería una victoria diplomática de EE UU. Suena como que Putin “fue al pie” en un tema tan crucial. La explicación rusa en este caso tiene cierta similitud con la que desde Juneau da el gobernador alasqueño. «Es el lugar más estratégico del mundo, situado en la encrucijada de América del Norte y Asia, con el Ártico al norte y el Pacífico al sur. Con tan solo tres kilómetros de separación entre Rusia y Alaska, ningún otro lugar desempeña un papel más vital en nuestra defensa nacional, seguridad energética y liderazgo en el Ártico», escribió en X el gobernador Mike Dunleavy. “Parece totalmente lógico que nuestra delegación simplemente cruce el estrecho de Bering y que una cumbre tan importante y esperada entre los líderes de ambos países se celebre en Alaska», dijo el portavoz del Kremlin, Yuri Ushakov.
Bien dice la filosofía barata que todo tiene que ver con todo. La península de Alaska estaba bajo la mirada del imperio zarista desde que, poco antes de morir, en 1725, Pedro I Alekséievich (Pedro el Grande) envió una misión al mando del danés Vitus Jonassen Bering a explorar esas inhóspitas regiones. El marino demostró que entre Asia y América, a la altura de Kamchatka, no había unión por tierra. O sea, descubrió el estrecho que hoy lleva su nombre. Entre 1733 y 1867 la región fue administrada como América Rusa. Pero tras haber perdido la Guerra de Crimea contra la coalición turco-británico-sardo-francesa (1854-1856) Alejandro II decidió poner en venta esos territorios a un seguro comprador.
Estados Unidos ya se había hecho mediante adquisición inmobiliaria de Luisiana (a Napoleón, en 1803) y sus ansias expansionistas ya lo habían llevado al Océano Pacífico, a expensas de poblaciones indígenas y de soberanía mexicana. Recién a dos años del fin de la Guerra de Seesión se pudo hacer la transacción, en 1867. Una bicoca: 7,2 millones de dólares, unos 157.000.000 a valores actuales.
Volviendo al presente, en toda negociación, alguno tiene que ceder. Lo grave es cuando uno de los que debería ceder no estará en la conversación. Por eso Zelenski se apuró a decir que no resignará ni un centímetro de la superficie reconocida por la ONU desde 1991. Trump, sin embargo, adelantó que “habrá un intercambio de territorios”. Algo complicado ya que Rusia incorporó a Crimea desde 2014 y tiene control de las repúblicas Lugansk y Donetsk, que también fueron incorporadas a la Federación en 2022. Más aún, el The Wall Street Journal informa que Putin le dijo a Witkoff que aceptaría un alto el fuego si Kiev retira todas las tropas que permanecen en esos territorios.
Algo menos trabajoso fue el acuerdo entre los presidentes Ilham Aliyev (azerí) y Nikol Pashinian (armenio) que en palabras de Trump “lucharon durante 35 años y ahora son amigos, y lo serán por mucho tiempo”. En esta disputa también parece haber quedado diluida la posición rusa en esas dos exrepúblicas soviéticas. Moscú fungía de componedor desde hace 40 años y a duras penas había calmado las aguas en los conflictos por Nagorno Karabaj, un enclave armenio en tierras azeríes. Hace dos años los últimos pobladores fueron obligados a retirarse, ante la anuencia culposa de Pashinian.
El documento firmado ahora por los presidentes asiáticos establece un paso para comunicar Azerbaiyán con el enclave azerí de Najicheván, cruzando el corredor armenio de Zansegur. El estadounidense, que sigue autopostulándose para el Nobel, dijo que se llamará «Ruta Trump para la Paz y la Prosperidad Internacional». Competirá con el ferrocarril entre Irán y China que se inauguró en mayo, y abre el camino al comercio con Turquía en un entramado de conexiones que cubren la región de mayor crecimiento y se convierte en el centro neurálgico del planeta.
El jefe del Kremlin comparte con Lula y el premier indio
Los aranceles de Donald Trump se desataron con mayor rigor contra Brasil y la India. Y no es casualidad. Países fundadores del grupo BRICS, son el objetivo de Estados Unidos para limar la potencialidad de ese club que representa el espacio económico más relevante en el mundo. La excusa para el castigo al gobierno de Lula da Silva (50% de tsaa) es una supuesta “persecución judicial” al ultraderechista Jair Bolsonaro. Contra Nueva Delhi (35%), que le compra petróleo a Rusia y así le permite evadir las sanciones por la guerra en Ucrania. En su cuenta de X, Lula escribió: “Recibí una llamada telefónica del presidente ruso, Vladímir Putin, esta mañana de sábado (9). En la llamada, que duró unos 40 minutos, el presidente compartió información sobre sus conversaciones en curso con Estados Unidos y los recientes esfuerzos de paz entre Rusia y Ucrania. Agradeció a Brasil su compromiso e interés en este asunto. Destaqué que Brasil siempre ha apoyado el diálogo y la búsqueda de una solución pacífica y que seguimos disponibles para contribuir con lo que sea necesario, incluso en el ámbito del Grupo de Amigos de la Paz, lanzado por iniciativa de Brasil y China”. Y dice que habrá una bilateral a fin de año El primer ministro indio, Narendra Modi, a su turno, posteó que había tenido “una muy amena y detallada conversación con mi amigo, el presidente Putin. Le agradecí que compartiera los últimos acontecimientos sobre Ucrania, revisamos el progreso de nuestra agenda bilateral y reafirmamos nuestro compromiso de profundizar la Asociación Estratégica Especial y Privilegiada entre India y Rusia. Espero con interés recibir al presidente Putin en India a finales de este año”.
A las 8:15 horas del 6 de agosto de 1945, un avión B-29 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos bautizado Enola Gay, que comandaba el coronel Paul Tibbets, arrojó sobre la ciudad japonesa de Hisoshima la Little Boy, primera bomba atómica arrojada sobre población civil en la historia de la humanidad. Murieron unas 80.000 personas de manera inmediata. Tres días después, el 9 de agosto, a las 11:01, el capitán Kermit Beahan a bordo del B-29 Bockscar dejó caer la Fat Man, que explotó a más de 400 metros de altura sobre Nagasaki. La cifra de víctimas en ese primer momento fue estimada en 74.000 seres humanos. Otros tantos cientos de miles que habían sobrevivido, conocidos con el término hibakusha ( víctima de la bomba atómica) sufrieron consecuencias físicas y psicológicas el resto de sus vidas, que en algunos casos fue de unos pocos meses.
A 80 años de aquellas dos matanzas –¿por qué no llamarlos genocidios instantáneos?– no hubo, como en 2024, una cumbre de líderes mundiales para recordar ese hecho. Por varios motivos: uno es porque varios de los jefes de Estado que se dieron cita en Hiroshima (sic) ya no están en el poder. Faltan Joe Biden, Rishi Sunak, Olaf Scholz, y el local, Fumio Kishida. Y para colmo, Donald Trump no resulta persona grata por una macana de cuando el bombardeo sobre la planta nuclear iraní de Fordow, en apoyo a la ofensiva iraní.
Dijo entonces que el ataque del 21 de junio pasado “terminó con la guerra (de los 12 días)”. Y agregó: “Si miras a Hiroshima, si miras a Nagasaki, sabes que eso también puso fin a una guerra. Esto terminó una guerra de una manera diferente, pero fue (también) devastador”. El rechazo ante esa liviandad todavía resuena en algunos despachos oficiales.
La guerra en Ucrania destapó fantasmas que parecían olvidados en el este de Europa y la avidez bélica inunda las almas de muchos que deberían velar por el destino de la humanidad. Donald Trump no da la impresión de ser el mejor exponente para apaciguar los ánimos, por más que insista en mostrarse como aspirante al Premio Nobel de la Paz. Cierto que su antecesor y los colegas actuales y recientes tampoco son gentes de confianza. Pero Trump a veces juega demasiado sobre el fleje.
Cuando el ataque a Fordow, sin ir más lejos, desde sus propios acólitos de MAGA le señalaron que se estaba corriendo de las promesas electorales para dejarse llevar por Benjamin Netanyahu. El vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, Dmitri Medvedev, que fue presidente (2008-2012) y primer ministro (2012-2020) lo chicaneó entonces desde las redes sobre su deseo manifiesto de recibir el galardón que se entrega en Oslo. Que por cierto, fue instituido en su testamento por Alfred Nobel, fabricante de armas e inventor, entre otras cosas, de la dinamita.
Trump, que no es de quedarse callado, aprovechó la red de la que es propietario, Truth Social, para poner en la misma bolsa los acuerdos comerciales entre Rusia y la India, país sobre el que descargó aranceles extras por comprar petróleo ruso. «No me importa lo que India haga con Rusia. Pueden llevar sus economías muertas juntas, por lo que a mí respecta», dijo el inquilino de la Casa Blanca, quien a la sazón, tiene la prerrogativa de apretar el botón rojo letal.
Medvedev, que tampoco es mudo, replicó con una frase elíptica. “Si unas pocas palabras de un expresidente de Rusia bastan para provocar una reacción tan nerviosa por parte de un presidente estadounidense tan temible, esto confirma que Rusia tiene razón en todos los aspectos y perseverará en el camino que ha elegido. En cuanto a las ‘economías muertas’ de la India y Rusia, que recuerde sus películas favoritas sobre ‘muertos vivientes’, sin olvidar tampoco lo peligrosa que puede ser la ‘Mano Muerta’”.
El sistema de «Mano Muerta» es un protocolo nuclear que se activa de manera automática en caso de que el Kremlin fuera arrasado por un ataque exterior. Fue desarrollado en la Guerra Fría y garantizaría una represalia nuclear aunque el presidente y la cúpula militar hubiesen sido eliminados. La famosa Destrucción Mutua Asegurada (MAD en inglés) que en la guerra fría sirvió para evitar una catástrofe. En el idioma de Shakespeare mad es “loco”.
Este lunes, el Kremlin anunció que pone fin a la moratoria que se auto impuso sobre el despliegue de misiles de cabeza nuclear de alcance intermedio. Se trata de un acuerdo conocido como INF firmado originalmente en 1987 por la Unión Soviética. En 2019, alegando que el gobierno de Putin no cumplió parte de ese tratado, Trump retiró a EE UU. Moscú decidió una moratoria unilateral que ahora rompió en el marco del incremento del armamentismo.
El nivel de disolución de la dirigencia de Estados Unidos es cada día más notorio y las imputaciones cruzadas entre el “republicano-trumpismo” y los últimos vestigios de los demócratas cruzaron estas semanas quizás los últimos márgenes. Por un lado, el sainete en torno a los archivos Jeffrey Epstein escaló de tal modo que para los medios opositores solo el presidente Donald Trump pareciera haber sido cliente en las fiestas orgiásticas con menores de las que se imputó al fallecido empresario. Desde la administración, contraatacaron con un informe lapidario de la directora del Departamento de Inteligencia Nacional (DNI en inglés) Tulsi Gabbard, sobre el armado de imputaciones mendaces acerca de una supuesta injerencia de Rusia en las elecciones de 2016, que perdió la exsecretaria de Estado Hillary Clinton.
De ahí a acusar al expresidente Brack Obama de traición a la patria había un paso, y lo dio el actual inquilino de la Casa Blanca. “Obama intentaba liderar un golpe de Estado”, dijo Trump en rueda de prensa, tras publicar en su red social que el entonces jefe de Estado había sido personalmente responsable de “la farsa de Rusia, Rusia, Rusia (con) la corrupta Hillary, el dormilón Joe (Biden) y muchos otros participaron de esto”.
Obama no respondió directamente a la acusación. El que salió a dar la cara fue su vocero, Patrick Rodenbush, quien dijo, con tono solemne: “Por respeto al cargo de la presidencia, nuestra Oficina no suele dignificar con una respuesta las constantes tonterías y desinformaciones que salen de la Casa Blanca”. Y agregó que las declaraciones del gobierno “son ridículas y un débil intento de distracción”.
Es cierto que se trata de una maniobra de distracción, a medida que el escándalo por las listas de Epstein -que primero iban a ser publicadas ni bien Trump volviera al poder y luego se anunció que no existen- impacta fuertemente en la imagen presidencial. En un país con un imaginario de pureza moral que no condice con el historial de Trump y mucho menos con lo que se conoce de las juergas con menores que organizaba el suicidado Epstein, la andanada de fotos de ambos amigotes de décadas están apareciendo a raudales en todos los medios. Pero la manipulación creada en el último estertor de la administración Obama no es menos cierta. Y al igual que el caso de la corrupción de menores se conocía desde hace mucho, también se sabía del armado de una gran fake news sobre la participación de hackers rusos en una elección que en las urnas había ganado Hillary Rodham Clinton pero quedó trunca en el colegio electoral.
Este choque Trump-Obama revela además las gruesas contradicciones del “Estado Profundo” sobre las relaciones que debe mantener Estados Unidos con Rusia. Porque cabría decir que Obama al principio de su gestión, en 2009 -el año en que fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz por sus promesas electorales de salirse de Irak y Afganistán- intentó un acercamiento con Moscú que llevó hasta un célebre encuentro en una hamburguesería con el entonces presidente Dmitri Medvedev. Con el actual vicepresidente del Consejo de Defensa ruso firmaría en abril de 2010 el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, conocido por sus siglas en inglés como START III, suspendido en febrero de 2023 por Vladimir Putin en el marco de la guerra en Ucrania, ya durante el gobierno de Joe Biden.
Luego de aquella “entente” Obama-Medvedev, las presiones contra Obama fueron llevando a un endurecimiento paulatino entre Washington y Moscú y en otro orden, al abandono de su pretensión de pacifista. Mucho hizo en ese sentido la que era portavoz del Departamento de Estado y luego sería subsecretaria de Estado para los Asuntos Políticos de Biden, Victoria Nuland. Ella fue la gran impulsora del golpe de Estado en Kiev de febrero de 2014 que devino en un gobierno ucraniano antirruso. De ahí se llegó a la incorporación de Crimea a la Federación de Rusia semanas más tarde y luego se desataría la tormenta que asola al este de Europa desde 2022.
La denuncia de injerencia llevó hace casi nueve años a un comentario de Putin bastante ilustrativo: “¿Alguien piensa seriamente que Rusia puede influir en la elección del pueblo estadounidense? ¿Es EE UU una especie de ‘país bananero’?”. El caso es que fue caballito de batalla luego del resultado electoral. La candidata demócrata tenía casi tres millones de votos más que el empresario inmobiliario, pero el sistema político y en todo caso las matufias sobre la composición que se establece para el colegio electoral, de las que no se posible culpar a los rusos, le dieron el triunfo a Trump. Las denuncias de los demócratas y sus medios afines buscaban conseguir que algunos electores cambiaran su boleta en el momento de la certificación de los resultados. Lo mismo pretendió Trump en 2020 denunciando fraude y luego, en famoso 6 de enero de 2021, cuando sus partidarios coparon el Congreso. Que también se calificó de intento de golpe de estado, por cierto.
Pero había algo previo. La de 2016 fue una campaña sucia como pocas en la historia de EE UU. Fue ahí que se usaron todas las denuncias que se encontraron contra el ostentoso millonario por su historial sexual, no tan puro como el ideario exige. Algunas de esas causas regresaron en 2024, claro, pero con el aplastante triunfo republicano la “justicia” las dejó de lado. Ocurre. Como sea, el trumpismo recurrió aquella vez a correos de Hillary y de su asesor de campaña John Podestá, que lo implicaba en una red de pedofilia en varios restaurantes del país. Se lo conoció como el Pizzagate. La gentileza demócrata volvió cuando Trump asumió el cargo y tuvo que renunciar el recién designado Consejero de Seguridad Nacional, el general Michael Flynn. El hombre también era partidario de recomponer relaciones con Rusia en una estrategia tendiente a enfocar todos los esfuerzos estadounidenses en China. Pero Flynn terminó acusado de haber mantenido una reunión secreta con el embajador ruso en Washington.
Ahora, mientras Tulsi Gabbard hurga en documentos que, jura, son irrefutables, pierde sentido aquella vieja frase de que en Estados Unidos no había golpes de Estado porque no hay embajadas de Estados Unidos. «
Trump en Escocia, de la sombra de Epstein a negociaciones con la UE
La maldición Epstein persigue a Donald Trump dondequiera que vaya. Esta vez, con un pie en la explanada antes de tomar el avión que lo llevaría a Escocia, debió responder sobre sus relaciones con el empresario suicidado. “Hablan de mí. No tengo nada que ver con él”, dijo. “Deberían hablar de Larry Summers, (Profesor emérito de la Universidad de Harvard), de Bill Clinton, a quien conocen muy bien, y de muchos otros amigos, muy cercanos, de Jeffrey Epstein”, concluyó.
El primer mandatario estadounidense pasó un día dedicado el golf y este domingo se reunirá con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en un encuentro que tendrá lugar a pocos días de que expire el ultimátum dado por el mandatario norteamericano antes de imponer el 1 de agosto aranceles generalizados sobre las producciones europeas. Von der Leyen dijo que había tenido una «buena» llamada telefónica con Trump y se siente confiada en el buen futuro para «las relaciones comerciales transatlánticas y cómo reforzarlas».
Por las dudas de que no prospere la bilateral en el norte de la isla de Gran Bretaña, el canciller de Alemania, Friedrich Merz, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el primer ministro británico, Keir Starmer, hablaron este sábado en una “tripartita” telefónica para tratar una postura coordinada sobre las situaciones en la Franja de Gaza, Irán y Ucrania.
El nuevo contacto tuvo lugar tras la publicación de un comunicado conjunto en el que declaran que «ha llegado la hora de poner fin a la guerra de Gaza» y también después de una nueva ronda de conversaciones directas con Irán sobre el programa nuclear de la república islámica que se desarrollaron en Estambul. En esa ciudad turca hubo una ronda de negociaciones entre representantes ucranianos y rusos para acercar posiciones en torno a un alto el fuego. Este encuentro no fue demasiado provechoso y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, declaró que podría conversar esta semana con Vladimir Putin y Trump para explorar la posibilidad de celebrar una cumbre en Estambul. “Veremos si podemos reunir a estos líderes en Estambul. Ese es nuestro esfuerzo”, enfatizó.
Trump, siempre deseoso de ofrecerse como mediador en cuanto entuerto surja, normalmente fomentado desde la Casa Blanca, anunció este sábado que habló con el primer ministro de Tailandia, Phumtham Wechayachai, y su par de Camboya, Hun Manet, para intentar alcanzar un alto el fuego tras un recrudecimiento del conflicto en la frontera entre ambos países. «Resulta que, por coincidencia, actualmente estamos haciendo negocios con ambos países, pero no queremos hacer ningún trato con ninguno de ellos si están peleados, y así se lo he dicho», dijo Trump.
Rechazo a Lamelas
El equipo de Mundo Sur, grupo de discusión de política internacional que integran, entre otros, los excancilleres Rafael Bielsa y Jorge Taiana y los exembajadores Oscar Laborde, Carlos Tomada, Ariel Basteiro y Carlos Raimundi, repudió “las insólitas e insolentes declaraciones del designado embajador de EEUU en Argentina, Peter Lamelas” y el “silencio cómplice del gobierno que encabeza Javier Milei”. Al mismo tiempo, en un breve comunicado indica que no se trata de un exabrupto, sino “lo que más preocupante y se necesita combatir desde el campo nacional y popular es una lógica y un recargado proyecto imperial detrás en el marco del repliegue de EEUU hacia lo que entiende su ‘patio trasero’, al que busca aplicar un revival de la Doctrina Monroe”. Concluye en una adhesión a “las voces que han pedido la declaración de persona no grata de Lamelas.
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