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La oportunidad para que Dilma construya nuevos consensos

Finalmente, y contra todas las expectativas, el Mundial de Brasil se está convirtiendo en un problema de inesperadas consecuencias. Y se verá en la final de la Copa Confederaciones hasta qué punto las movilizaciones que comenzaron con una protesta por el aumento del boleto de colectivo calientan el clima en los alrededores del Estadio Maracaná en la final de España con la verdeamarelha.
Que la construcción de megaestadios para el certamen de la FIFA y para las olimpíadas de Río de Janeiro de 2016 estaba levantando indignación era algo visible desde hace tiempo. Ya una edición de nuestro suplemento Claves del Mundo del 28 de abril pasado, con el título «La otra cara del Mundial», lo había advertido. Como dijeron algunos de los columnistas en ese número, no todo era color de rosa en esta etapa en que Brasil se estrena como jugador de las grandes ligas, pero con severas cuentas pendientes hacia adentro de sus fronteras. Lo que nadie imaginaba era que en tan poco tiempo todo estallaría por los aires dejando la sensación de que nadie sabe cómo seguirá la película. Pero con la certeza, también, de que todos los ingredientes están sobre la mesa como pocas veces antes en la historia brasileña.
Se repite con acierto que Brasil es un país de consensos. Lo supo el PT, el partido creado por el metalúrgico Lula da Silva, cuando se dio cuenta de que las reivindicaciones por las que luchaba desde su sindicato paulista –que primero lo habían llevado a la formación de la Central única de Trabajadores como herramienta sindical– chocaba con la realidad de que era necesario tener representación política si no quería que su utopía terminara en una mera lucha testimonial.
Pero una síntesis de ese estilo de negociación pacífica y «civilizada» quedó plasmado –a empellones– con la ley electoral pergeñada por la dictadura que gobernó el país entre 1964 y 1985 para que nada cambiara cuando tuvieran que dejar el poder. Por eso de la «gobernabilidad».
Conocido como «sistema de preferencias», la legislación permite que cada candidato «adhiera a un partido pero a la vez junte votos de manera personal», como resalta Ricardo Romero, politólogo de la UBA y la UNSAM y habitual columnista de Tiempo Argentino. Este método garantizó hasta ahora que no haya una mayoría en el Congreso favorable a cambios profundos en la sociedad, ya que la negociación no es sólo con la oposición sino también hacia adentro de cada partido. Y además, hay una sobre representación de los Estados menos poblados en detrimento de los más populosos, lo que en sí mismo no sería un problema, pero genera grandes diferencias entre la posición de los distritos más industrializados y los territorios donde la economía gira en torno producciones con menor valor agregado.
El PT intentó llegar al gobierno de la mano de Lula en 1989, 1994 y 1998. Estuvo cerca, pero ese poquito que faltaba para ganar convenció a los líderes «petistas» de que era necesario rendirse ante la evidencia de que sin alianzas no habría gobierno. Ese papel jugó el ex guerrillero José Dirceu, quien logró aglutinar alrededor del sindicalista a una serie de partidos menores, en un amplio abanico que iba desde la izquierda a la derecha pasando por las iglesias evangelistas. Su vicepresidente fue el fallecido empresario José Alencar, uno de los más ricos de Brasil, que había apoyado el golpe del ’64.
Hace diez años, Lula llegaba al Palacio del Planalto como una esperanza para millones que al fin habían logrado coronarlo por una trayectoria impecable como dirigente gremial. Había ganado con un discurso de igualdad social y de fuerte compromiso en contra de la corrupción. Pero allí también comenzaría una saga que incluso podría llevarlo a una condena.
Porque Dirceu, para entonces su hombre de confianza y jefe de Gabinete, terminaría implicado en una denuncia de uno de los socios electorales del «travalhismo» en lo que se llamó el «escándalo del mensalão». Que no era otra cosa que el aporte económico para los partidos aliados. Pero que en boca de un hombre de la derecha más rancia como Roberto Jefferson ante la revista Veja fue el gran titular escandaloso. El PT, que prometía combatir la corrupción, soborna a diputados para que les aprueben las leyes.
Mientras tanto, Brasil desplegó una fuerte política exterior y se posicionó fuerte en el ámbito regional. Aquí también hubo un acuerdo razonable de todos los sectores en pugna. Itamaraty, la cancillería brasileña, tiene políticas nacionales a más largo plazo que los dirigentes políticos. Incluso se dice que la diplomacia brasileña es quien realmente gobierna en el Planalto. En este caso se unió la tradición internacionalista de un partido de izquierdas como el PT y la comunidad de intereses dio sus frutos: Brasil es uno de los países centrales en el siglo XXI, las empresas brasileñas se trasnacionalizaron y tienen negocios en todo el continente y más allá.
En este contexto la realización del Mundial de Fútbol y de las Olimpíadas se convirtió en una necesidad de marketing político. Por eso era importante para el gobierno, que podía demostrar los logros de una gestión encabezada por un tornero mecánico, para Itamaraty, que representa los intereses exteriores de una potencia emergente y no de un país subdesarrollado, y para los empresarios, que si ya venían ganando con los planes económicos que incorporaron casi 40 millones de pobres al consumo, con las obras públicas multiplicaron sus ingresos mucho más.
Hasta que de pronto todo parece desmoronarse. Dirceu fue condenado en octubre del año pasado y lo que comenzó como un simple aumento de un «vintén» como diría Zitarrosa, destapó una olla mucho más grande. Y del boleto se pasó a la represión, que costó la vida de unas 10 personas –otra cuenta pendiente del oficialismo, la democratización de las policías, por más que las fuerzas de seguridad dependan de los gobiernos estaduales– y de allí a protestar por los gastos multimillonarios en eventos organizados por la FIFA y el Comité Olímpico y los déficits en salud y educación.
La primera reacción de la presidenta Dilma Rousseff, cuando salió del estupor, fue decir que había oído el reclamo del pueblo. La segunda fue convocar a un referéndum con la aspiración de reformar la constitución y el sistema electoral y de representación. Los manifestantes, en tanto, consiguieron pequeñas victorias en el Congreso. Así, fue dejada de lado una reforma conocida como PEC 37, que iba a dar mayor poder para investigar a la policía en lugar de los fiscales. Los líderes de la protesta consideraban que esa medida estaba destinada a impedir que se pudiera juzgar delitos de corrupción. Pero también le dejaba las manos libres a los zorros para controlar los gallineros, dicho mal y pronto.
También en estos días se aprobó una ley que pasa a considerar a la corrupción pública como un delito grave, lo que endurece las sentencias. Apurados por el ruido de las calles, la justicia ordenó el arresto de un diputado que había sido condenado por el desvío de fondos públicos.
Al mismo tiempo, los legisladores aprobaron destinar a las áreas de educación y salud a la totalidad de las regalías petroleras correspondientes al gobierno federal, a los estados y los municipios.
Dilma, que tiene un pasado de lucha, recordó en uno de sus discursos lo que le costó a su generación conseguir la democracia. Ahora tiene el desafío de profundizar los derechos y las garantías para todos los ciudadanos. Y ese reclamo de igualar para arriba, justo y también lógico en el marco de los millones de brasileños que ahora tienen ante sí otro horizonte de expectativas, es la gran oportunidad de conseguir lo que por las vías de los consensos no se había alcanzado.
Tras un encuentro de la presidenta con el titular del Supremo Tribunal de Justicia, Joaquim Barbosa, el primer negro en llegar a ese cargo en la historia brasileña, deslizó algunos conceptos que el gobierno debería tomar como música para sus oídos: «La democracia no está en riesgo (…) el país está sumergido en una grave crisis de legitimidad (…) Brasil está cansado de reformas de cúpulas políticas que atienden sólo sus intereses específicos».
Carlos Ayres Britto, quien fuera presidente de esa misma corte hasta finales del año pasado, sostuvo en los considerandos de la condena a Dirceu que «el sentido de las alianzas (políticas) es el de su transitoriedad», y agregó que «cada partido goza de autonomía política, administrativa y financiera. Tiene una identidad ideológica o político-filosófica que se pone en suspenso para formar alianzas en el período electoral», pero, pontificó, una vez terminado este período deben ser «substituidas por alianzas tópicas, puntuales, episódicas, para la aprobación de proyectos específicos». Una especie de reclamo a la dirigencia para modificar esta legislación que retoma Barbosa.
Dilma está en condiciones de aprovechar la fuerza de las calles, como en las artes marciales, a su favor. Y hacer de esta crisis la oportunidad para nuevos consensos que incluyan a las mayorías que en el país del fútbol protesta contra el Mundial.

Tiempo Argentino, 29 de Junio de 2013

La importancia de la oreja en un gobierno popular

Hay coincidencia en que las manifestaciones de los últimos días en Brasil tomaron de sorpresa a todo el mundo. Como que para anotar algún antecedente de movilizaciones de un calibre similar fue necesario remontarse hasta 1992, cuando multitudes exasperadas salieron a las calles a pedir la destitución del entonces presidente Fernando Collor de Melo por los escándalos de corrupción que envolvían a su gobierno.
Es que los brasileños son un pueblo que no acostumbra a hacer estas tenidas callejeras como sus vecinos más cercanos, salvo cuando se trata de festejos por algún triunfo futbolístico. Por eso llamó la atención la protesta contra el aumento en los transportes públicos de las mayores ciudades de ese país y luego la rechifla contra la presidenta Dilma Rousseff al inaugurar la Copa Confederaciones, una previa al Mundial de 2014. Si en el medio se tiene en cuenta la brutal represión policial –una deuda pendiente allí es la democratización de las fuerzas de seguridad– se podrá tener una medida más ajustada de lo que estaba ocurriendo en una nación que ya está jugando en las grandes ligas de la economía mundial. Una suerte de levantamiento que golpea de lleno en un gobierno federal que goza de una popularidad, según las últimas encuestas, que le despejan el camino a una cómoda renovación de mandato el año próximo. ¿Qué sucedió entonces?
El sociólogo Emir Sader es un fino analista político y uno de los intelectuales de más brillo en la izquierda continental. En su blog intentó desmenuzar algunas reflexiones sobre esta corrosiva realidad de la administración brasileña que seguramente más hizo por los sectores más humildes en la historia del país y que sin embargo aparece como habiendo dejado escapar una tortuga.
En primer lugar, sostiene Sader –quien resalta que los incrementos en el boleto de colectivo habían sido dejados de lado– «fue una victoria que muestra la fuerza de las movilizaciones y más aun cuando se apoyan en una reivindicación justa y posible, tanto que así fue realizada». Efectivamente, los gobiernos estaduales tomaron registro del fervor con que la protesta ganaba adeptos y decidieron escampar hasta que aclare.
El otro dato que anota Sader es que esta monumental movida popular hizo entrar en la vida política a amplios sectores de la juventud «no contemplados por políticas gubernamentales y que hasta aquí no habían encontrado sus formas específicas de manifestarse políticamente». Un olvido que le puede costar caro al oficialismo.
Los medios de difusión masivos, que atacan de forma sanguinaria el gobierno, fueron cuestionados durante un acto masivo en la favela Rocinha, la más grande de Río de Janeiro, por Dilma, quien los tildó de hacer «terrorismo informativo». Allí se comprometió a continuar con los planes sociales que benefician especialmente a la abrumadora mayoría de los residentes en esas villas miseria. Sin embargo, muchos de esos beneficiados también reclamaban contra el aumento de los boletos, unos 20 centavos fatales que hacen trastabillar el sistema político armado en torno del PT una década atrás, cuando el metalúrgico Lula de Silva llegó al Palacio del Planalto.
Se habló la semana pasada de una caída en los índices de imagen de Dilma. Pero el conservador Folha de São Paulo apunta a que esa caída fue principalmente en los sectores más acomodados de la sociedad. Y de todas maneras, si los comicios fuesen hoy ganaría por más del 55 por ciento.
Pero estos datos invitan a confusiones. Por eso se intentó minimizar la convocatoria, que seguramente pasó del cuarto de millón de ciudadanos en las más grandes ciudades, con el argumento de que eran integrantes de la clase media, de la tradicional y de las nuevas capas surgidas con el PT, que acudieron llamadas por las redes sociales. Algo así como una Primavera Brasileña calcada de la que ya se llevó puestas a varias dictaduras en los países árabes. Y justamente esa lectura resultaría desconcertante: no son los gobiernos «trabalhistas» una muestra de tiranía. Otro análisis compara el rechazo al aumento en la tarifa con el reclamo contra la construcción de un shopping en un parque de Estambul, cuando tampoco se puede equiparar al modelo brasileño con el islamizante Tayyip Erdogan.
Es cierto que en Brasil hubo convocatoria digital. Y a nadie escapa la exquisita tarea que acostumbran realizar «servicios» de toda laya y ONG afines a la CIA en todo el planeta. Pero para que el convite haya tenido éxito se necesitaban otros ingredientes y no sólo la idea cómoda de que a los jóvenes «cualquier colectivo» los deja bien. Si fuera así, el cómico Beppe Grillo, que en las legislativas italianas fue el cuco electoral con su propuesta de no a la política, hubiera prosperado en las municipales. Y sin embargo quedó totalmente al margen apenas cuatro meses más tarde.
En Brasil, por lo pronto, aparece en la superficie de la protesta un grupo que se denomina Movimento Passe Livre, que desde hace por lo menos siete años viene reclamando por una tarifa libre para los estudiantes en los servicios públicos del país y que lograron crecer abruptamente tras el reajuste tarifario. El argumento que tienen es bien sencillo y efectivo: en ciudades que crecen desmesuradamente, viajar cada día se hace más oneroso para las capas más humildes de la población. No sólo en términos de dinero sino en tiempo de su vida que cada ciudadano pasa arriba de un ómnibus. De hecho, el servicio público, coinciden mayoritariamente los usuarios, es lamentable y cada vez más caro.
Con el furor del Mundial y de la Olimpíadas de Río de Janeiro de 2016, el costo de la vida en general –alquileres, alimentos, servicios de salud, transporte– se hacen directamente prohibitivos para las mayorías. Lo que entra por un lado en términos de distribución de riqueza se va por el otro en precios que trepan mucho más rápido. El gobierno federal asumió que la inflación es una de sus prioridades, pero esto es una respuesta más acorde con el reclamo de los medios concentrados de comunicación. Para el resto, el pedido de tarifa cero, mejores servicios de salud y de educación de organizaciones como MPL (cuyo lema es «sin tarifa ni molinetes») apareció como la única propuesta viable, en vista de que el sistema político explica la problemática en términos economicistas.
Fernando Haddad, el alcalde paulista que ganó con el apoyo de Lula en 2012, señaló por ejemplo que dejar el precio del boleto como estaba significará 8,6 mil millones de reales más en cuatro años. «Tendremos que recortar en otros gastos sociales», adelantó el lord mayor. Pero fue al contrastar este dato con el gasto de 30 mil millones de reales para la Copa Confederaciones y el Mundial que la irritación se salió de madre.
Ante la pregunta de cómo creen que se puede financiar un servicio absolutamente gratuito y masivo del transporte, dos de las caras visibles del MPL, el bancario Douglas Beloni y la estudiante Mayara Vivian, declararon que el proyecto de tarifa cero deja la iniciativa para la alcaldía, «porque entendemos que no es nuestra responsabilidad decir de dónde va a salir el dinero». El MPL se promueve como un movimiento «horizontal, autónomo, independiente y apartidario, pero no antipartidario». Y asegura que su independencia se verifica en relación con los partidos, las ONG, y «las instituciones religiosas y financieras».
País futbolero al fin, antiguos ídolos del «Scratch brasileiro» también se sumaron a la polémica. Así, Ronaldo –que forma parte de la organización– consideró que «la Copa es una oportunidad increíble para Brasil de atraer atención, inversión, turismo y otras mil cosas». El legendario Pelé no podía quedarse afuera y suplicó a través de un video que sus compatriotas dejen las calles. «Pido a los brasileños que no confundan las cosas. Estamos preparando la Copa del Mundo. Vamos a apoyar a la selección nacional.
Vamos a olvidar la confusión que reina en Brasil. Vamos a olvidar las protestas», dijo el tricampeón. Otro ídolo, Romario, que se inició en la política y fue elegido diputado, no lo perdonó: «Pelé en silencio es un poeta.» Y le cuestionó su falta de conocimiento acerca de lo que ocurre en el país.
A finales de 2010, el gobierno de Evo Morales eliminó un subsidio al combustible que venía de la época del dictador Hugo Banzer. Se desató una serie de protestas que lo obligaron a volver la medida para atrás, a pesar de que implica un quebranto en la economía del país de más de 1500 millones de dólares al año. «Mandamos obedeciendo», explicó entonces el líder cocalero. Similares palabras repitió Dilma Rousseff estos días, cuando salió a apoyar a los manifestantes y a decir que había entendido el reclamo popular.
El equilibrio de las cuentas públicas en un país democrático reclama un delicado equilibrio de las demandas sociales. Para las clases más poderosas, el bolsillo suele ser el órgano más sensible. Para los gobiernos populares, debe ser la oreja.

Tiempo Argentino, 21 de Junio de 2013

Cuando Argentina pudo ser Corea del Sur

Esta aventura comienza a develarse cuando Bruno Pedro De Alto, licenciado en Organización Industrial, se topó durante un posgrado en Innovación Tecnológica a cargo de Bernardo Kosacoff con un dato sorprendente: alguna vez la Argentina estuvo entre los países más adelantados en tecnología electrónica. En esta historia –una investigación hecha a pulmón durante dos años por este docente de la Universidad Tecnológica Nacional Regional General Pacheco que también integra el staff del INTI– hay suficientes ingredientes como para convertirla en un ícono del país que todavía puede ser. O de cómo científicos de primer nivel internacional expulsados por una dictadura de la universidad pública lograron construir una utopía en una empresa privada con aspiraciones de autonomía tecnológica. Y de paso, desarrollar un producto propio que llegó a competir ventajosamente con multinacionales de fuste. Y de cómo ese proyecto quedó frustrado cuando otra dictadura puso punto final a esa aspiración a sangre y fuego. Afuera y dentro de los límites de la fábrica.
La aventura que muestra De Alto en «Autonomía Tecnológica. La audacia de la División Electrónica de Fate» tiene varios protagonistas: el empresario Manuel Madanes, asociado para la época con quien luego sería ministro de Economía de Perón, José Ber Gelbard; y un equipo de «cerebros» protegidos por el matemático Manuel Sadosky. Entre ellos figuraban el astrónomo Carlos Varsavsky y los ingenieros Humberto Ciancaglini y Roberto Zubieta, junto con una pléyade de especialistas y trabajadores de todas las inclinaciones políticas de la hora que aunaron esfuerzos con la certeza de que desde allí estaban haciendo una revolución.
«En algunos ámbitos se comentaba que la fabricante de neumáticos había hecho calculadoras de mesa, de escritorio y de mano en la década del ’70 y que para ese proyecto había recurrido a científicos que habían emigrado de la UBA en el ’66», explica De Alto.

–¿Los había repatriado?
–Más bien los había incorporado, porque habían perdido su trabajo con el golpe de (Juan Carlos) Onganía. La historia que se contaba era que el proyecto había tenido dificultades para seguir tras el golpe del ’76. Eso era lo que se contaba, lo que se sabía. La historia me impactó, me daba elementos para decir que si queremos hacer tecnología nacional alguien siempre va a aparecer. Kosacoff decía que la Argentina pudo haber sido lo que hoy es Corea del Sur porque tenía todas las condiciones para serlo. Cuando Corea cultivaba arroz, la Argentina hacía cableados electrónicos.
–¿Con tecnología propia? Porque hoy día la tecnología es importada, aunque algunos elementos puedan fabricarse acá.
–En este caso hubo todo un marco conceptual que se propuso hacer tecnología propia. Hay que ubicarse en la época. Puntualmente el proyecto comenzó en 1969 en plena dictadura de Onganía, (Roberto Marcelo) Levingston y (Alejandro Agustín) Lanusse. Fate era una empresa muy particular, con una trayectoria. Porque los Madanes siempre tuvieron dos líneas de trabajo permanentes: un fuerte apego a dominar tecnología para apropiarse y tener dominio de los productos y la otra contar con mecanismos aceitados con el Estado. Porque ambas son variables ineludibles para hacer tecnología propia.
–¿Cómo comenzó Fate?
–Fate se remonta a una familia de inmigrantes. El viejo Leiser Madanes fue un inmigrante judío que importaba y vendía telas engomadas, fundamentalmente para vestir, impermeables. Tuvo cinco hijos. Los dos más grandes –Adolfo, contador, y Manuel, ingeniero– deciden a cierta edad fabricar la tela engomada, porque había que sustituir importaciones a raíz de la guerra. Ellos dos fundan la Fábrica Argentina de Telas Engomadas, que eso es Fate, como empresa aparte. Ahí se asocian con un ingeniero Horn, que era el que sabía hacer las cosas. En forma muy primitiva dan todo un mensaje de que hay que asociarse con las personas que saben. El negocio crece y hacen parches, que era buen negocio porque no ingresaban cubiertas y había que emparcharlas cientos de veces para seguir andando. Cuando deciden hacer los neumáticos Horn se va porque no se siente capaz. Los hermanos siguen adelante y ya como empresa familiar se ponen a fabricar. Pero al principio eran muy malos y encaran otra movida estratégica. Ellos tenían como competencia a Goodyear y Firestone, que tenían plantas en Argentina. En Fate no tenían a quién preguntarle y este es un elemento interesante que se relaciona con el acceso al conocimiento necesario para hacer tecnología y para hacer negocios industriales. Porque los hermanos se asocian con la estadounidense General Tires (GT), que no tenía planta en Argentina.
–¿Le produce las gomas en la Argentina?
–Acá está el detalle: Fate no compra la patente, su política siempre fue aprender. GT accede a este trato, cobra un royalty por cada neumático vendido y los técnicos argentinos aprenden a hacer cubiertas, lo que produce un salto muy grande. Estamos en 1956 y un par de años después viene (Arturo) Frondizi con su política de apertura a la industria automotriz. Ellos entonces se posicionan de manera clave y les va muy bien.
–¿Ellos quedaron bien posicionados con el gobierno? Porque Frondizi era desarrollista.
–Manuel y Frondizi tenían una relación de mucho afecto y aprecio según cuentan los parientes. Como decía, ellos logran dominar la tecnología del neumático y se multiplican por tres. Manuel, que es el ingeniero, quiere diversificarse. Ocurre que también para esa época que Gelbard forma parte de la sociedad.
–¿Cómo fue eso?
–Luego del golpe del ’55, Gelbard había quedado marginado por su participación en la CGE y los Madanes le debían algunos favores de gestiones que les había hecho durante el gobierno de Perón, de modo que le habían dado un lugar físico en la empresa. El caso es que Gelbard va creciendo hasta tener un 19% de la sociedad y es entonces cuando se decide diversificar. El primer intento que hicieron fue la electrónica, que en términos estratégicos era una tecnología totalmente novedosa.
–Novedosa pero ponía al país a la cabeza de lo que se venía.
–Es que los saltos tecnológicos hay que darlos por las nuevas tecnologías, cuando todavía estamos todos en iguales condiciones. Y ahí es donde mi investigación se mete en el núcleo duro de cómo pasó esto. Manuel Madanes había estudiado ingeniería con Manuel Sadosky.
–¿El mismo que trajo la computadora Clementina a la UBA, la primera que hubo en el país?
–También fue el creador del Instituto de Matemática Aplicada y del Instituto de Cálculo de la Universidad de Buenos Aires, entre otras cosas. Imaginate lo que significaba como cabeza preclara. No me lo dijeron pero se deduce que lo orientó a Madanes. Sadosky tenía muy buena relación con el área de electrónica de la Facultad de Ingeniería de la UBA, donde había otro personaje clave que fue Humberto Ciancaglini, que había formado muchos ingenieros. El laboratorio de Ciancaglini era de vanguardia, estudiaban lo que apenas se sabía en otras partes del mundo. Hicieron una computadora, la CEFIBA (Computadora Experimental Facultad de Ingeniería Buenos Aires), que si bien era lenta y con poca capacidad de memoria, hacía exactamente lo que cualquier computadora en otro lado.
–¿Pero cómo llegan a Fate?
–Con el golpe del ’66, Sadosky se propone retener y colocar a su gente. Él se va a Uruguay y lleva a algunos y otros se ubican en la industria privada. Sadosky le recomienda a Madanes incorporar a Carlos Varsasvky, el padre de Martín Varsavsky, el empresario de Internet. Carlos era físico de formación pero era astrónomo y estaba organizando el Instituto de Radioastronomía. Es el que propone meterse en esa área como elemento de diversificación. Lo nombran gerente de Investigación y Desarrollo.
–¿Un científico como gerente industrial? Qué cosa rara.
–Rara y maravillosa, un científico puesto a hacer negocios. Él estudia el convenio con la GT y entiende que el proceso de adquisición de conocimiento es previo a cualquier desarrollo y a cualquier negocio. Si no dominás la tecnología no tenés futuro. Entonces convoca a Roberto Zubieta, que era uno de los ingenieros de la UBA que había trabajado en electrónica, y él es el que recomienda hacer técnicas digitales, computación, la electrónica aplicada al cálculo. Empieza el proyecto en el ’69 y en noviembre del ’70 se presentan cinco prototipos de calculadora Cifra de escritorio. Acá viene la parte del rol del Estado, porque había en principio un decreto de la época de Aldo Ferrer como ministro de Economía (1970-1971). Cuando hablé con él no tenía presente esos decretos específicos pero sí recordaba perfectamente la presentación como un hecho destacado.
–Debió ser impactante.
–Ahí me cayó la ficha de lo que debió haber representado esto. La historia de cómo se hizo es también muy jugosa, porque era un armatoste con carcasa de aluminio, ellos decían que era una calculadora con ruedas. Pero funcionaba. Ellos se plantean una producción escalonada, primero calculadoras de escritorio, luego una manual que pensaban que no iba a ser competitiva y luego aparatos de cálculo y finalmente la computadora.
–Todavía no existían las computadoras personales.
–No, eran equipos que venían bajando de tamaño pero una computadora de entonces era como un pequeño armario. Ellos planteaban que había capacidad de mercado para hacer equipos que fueran más sencillos que los que venían importados. Computadoras que hicieran los cálculos que el cliente necesitara y no operaciones que no le servirían.
–¿Había programación detrás de todo esto?
–Es que entonces no habían diferencia entre hardware y software. Era todo lo mismo. Volviendo al rol del Estado, ellos lograron para la Cifra 311 un decreto que otorgaba exenciones para los componentes importados con un compromiso de fabricación y de integración creciente. Empezó con un 44% de importado y el plan era llegar al 95% en el año ’82. El problema que tenían era la respuesta de la industria local.
–¿Por qué?
–Esa era una isla de innovación y el sector local no acompañó. ¿Cómo lo resolvieron? Fabricando circuitos integrados y circuitos impresos. Armaron las propias fábricas y los equipos. El proyecto estaba previsto para el año ’78, pero en el ’75 ya tenían un prototipo armado, con algunas dificultades que tendían a ser solucionadas. Sin embargo, había muerto Perón y llega el Rodrigazo. Para colmo, Gelbard cayó en desgracia y comienzan a perseguirlo.
–Ahí la empresa entra en problemas.
–Mucho más problemas tiene el proyecto. Hay ingenieros que están vinculados a la actividad política y la Triple A los va obligando a emigrar. La empresa, por otro lado, ve que hay dificultades serias para mantener este proyecto en la Argentina que se venía y contratan a algunos ingenieros que vienen del sector neoliberal que van forzando al cierre. Uno de ellos al clausurar la parte de Desarrollo Tecnológico les dijo: «Señores, hacer circuitos integrados es lo mismo que hacer papas fritas.» Mucho antes de que lo dijera la dictadura… «
Haciendo la revolución

–Todas mis fuentes coinciden en que la tragedia es muy fuerte. Los protagonistas hoy son todas personas de alrededor de 80 años. Todos te dicen que este fue el momento más brillante de sus vidas. Estaban haciendo la revolución en una fábrica. Y es que allí había Montoneros, gente del ERP, tupamaros, comunistas, todos ellos trabajando juntos en un proyecto industrial.
–¿Hay muchos desaparecidos?
–Muchos, serán unos 20. Héctor Abrales es el más conocido, porque tenía una trayectoria importante, venía de las Juventudes Católicas, escribió en algunas revistas de la Tendencia y trabajó en la universidad, o sea que es un desaparecido de varios grupos.
–Es todo un símbolo de esa Argentina que se estrelló con el golpe del ’76…
–Una Argentina que está latente y necesita mirar esta experiencia. Porque el Estado tiene que ser determinante en estas cuestiones. Es el que decide darle o no preeminencia a lo nacional. Pero también se necesitan empresarios que decidan apostar a lo novedoso. Demostrarse que aquí también se pueden hacer estas cosas.
–¿Cómo terminó el proyecto?
–El proyecto tiene varias muertes, primero el área de I+D. Desde entonces pasa a importar y en el ’80 trae productos de la japonesa NEC. La División Electrónica se terminó de cerrar en el año 1982. La marca ahora la tiene una empresa mexicana.

Atentado
Carlos Prats González, el general chuileno perseguido por el dictadotr Pinochet, encontró refuguo en Argentina luego del golpe del 11 de setiembre de 1973. Por recomendación de Gelbard fue contratado por Fate en una de sus gerencias. Fue asesinado por un agente de la CIA que le colocó una bomba en el auytomóvil y la hizo estallas, en setmeibre de 1974, cuando Prats iba a su trabajo.

Tiempo Argentino, 16 de Junio de 2013

Las luchas por la autonomía

La sorpresa por la presentación de las nuevas camisetas del Barcelona, con la imagen de Messi, Iniesta y Puyol luciendo casi desafiantes la casaca suplente con los colores de la bandera catalana, apareció opacada por los dos atentados que pusieron nuevamente sobre el tapete el problema checheno: las explosiones en el maratón de Boston, que causaron la muerte de tres personas, y la de un coche bomba en la capital de Daguestán, que dejó un saldo de ocho víctimas fatales. En ambos casos sobrevoló el fantasma de grupos separatistas de la república, ex integrante de la URSS que buscan alejar a Chechenia de la influencia de Moscú mediante métodos cruentos. Otra pizca de independentismo sobre vuela Escocia, donde se programó un referendo para el año 2014 con anuencia del primer ministro David Cameron. Los ejemplos son tres de las decenas que pueden computarse con algunas características más o menos comunes: son regiones con una fuerte impronta cultural y lingüística insertas en un marco nacional al que grandes capas de la ciudadanía rechaza en busca de autonomías plenas.
El caso catalán tiene hondas raíces en la historia española. En 2014 se cumplirán 300 años de la Guerra de Sucesión en España, cuando la casa de los Borbones ganó a la austríaca de los Habsburgo el trono madrileño y el 11 de setiembre de 1714 Barcelona cayó en manos de la muy centralista y absolutista casa real de origen francés. La Guerra Civil (1936-1939) encontró nuevamente a Cataluña como uno de los centros de la lucha contra el centralismo, junto con el País Vasco. No por casualidad, los pactos de La Moncloa de 1977, tras la muerte del dictador Francisco Franco y la entronización de otro Borbón, Juan Carlos, consolidaron una monarquía parlamentaria en la que los catalanes y otros pueblos de fuerte nacionalismo como los vascos y los gallegos, pasaron a gozar de una amplia autonomía.
Puede decirse que durante el período de crecimiento de España, tras su ingreso a la Unión Europea y la expansión hacia América Latina de los 90, todo marchaba relativamente bien, salvo las incursiones de ETA, que sin embargo no alcanzaron para hacer temblar el orden establecido, al punto que el año pasado propusieron el fin de la lucha armada para incorporarse a la vida política.
Al estallar la crisis financiera, que en la península golpeó como en ningún otro lado por el modo en que la economía se había basado en la burbuja inmobiliaria, los catalanes comenzaron a desarrollar cada vez con mayor empuje la idea de la independencia. Un poco, porque el centralismo ya no es tan atractivo y otro poco, porque las cuentas reflejan que el aporte de la región a las arcas del país es bastante mayor en términos impositivos que el que reciben como servicios.

El color del dinero
Ciertamente, Cataluña es una de las regiones más prósperas de España y el hecho de formar parte de un colectivo la obliga a colaborar para el desarrollo de otras zonas menos favorecidas. Cosa que en tiempos de vacas gordas tal vez no cuente demasiado, pero cuando el cinturón aprieta resulta irritante para grandes capas de la sociedad. Fue así que el 11 de setiembre de 2012, durante la celebración de la Diada de Cataluña, más de un millón de personas salieron a las calles a pedir por la independencia. Una cifra impresionante si se repara en que la región no tiene mucho más de 7 millones de habitantes. Desde entonces, el independentismo viene creciendo fuerte entre las autoridades –que, bueno es decirlo, son las mismas que antes de la marcha de setiembre en Barcelona– y se promueve un referendo para el año próximo. Madrid tampoco ayuda demasiado y además de mensajes bastante autoritarios del gobierno de Mariano Rajoy, aprobó una ley de educación que limita la enseñanza del idioma catalán en las escuelas públicas que no hizo sino irritar aún más al sentimiento nacional.
El caso escocés tiene otras vertientes pero también hay un contenido económico aparte de cualquier otra consideración cultural. Porque a diferencia de los borbones, la casa real británica otorgó ciertas libertades a sus nacionalidades que, salvo en el caso de los irlandeses, lograron por mucho tiempo calmar ansiedades. Una acción mínima, pero de alto valor simbólico, es que tanto escoceses como galeses e ingleses van con sus propios equipos a los campeonatos mundiales de fútbol y rugby. Así y todo, el descubrimiento de petróleo en el Mar del Norte a principios de los 80, puso a los escoceses de cara a la posibilidad de pensar un futuro más beneficioso sin tener que compartir la enorme riqueza con el resto del Reino Unido. «Es el petróleo de Escocia» es uno de los eslóganes más contundentes al que recurren los nacionalistas. Lo aplicó el ministro principal escocés, Alex Salmond, para llegar al poder y lo usa aún para negociar con Cameron los términos del referendo que se hará en 2014.

Olor a petróleo
Pero algunos estudios encargados a un grupo de especialistas no son tan optimistas sobre el futuro de Escocia fuera del amparo de la reina Isabel II. Un informe elaborado por un equipo del que formó parte el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz determinó que la secesión es viable, siempre y cuando mantenga como moneda la libra esterlina y no dé el salto al euro en el que pensaban los secesionistas. También el Banco de Inglaterra debería seguir siendo el prestamista de última instancia para ese nuevo país. Entre las propuestas de los expertos contratados por Salmond figura también la creación de un «fondo de estabilidad» para gestionar los ingresos del petróleo del Mar del Norte, que la nueva nación pasaría a controlar en más de un 95%.
También tuvo olor a petróleo la separación de Sudán del Sur, formalizada el 9 de julio de 2011 luego de varias décadas de guerra civil por el control de las ricas regiones del sur sudanés. Tras miles de muertos, los líderes de la Unión Africana lograron convencer al sudanés Omar Hasan Ahmad al-Bashir, acusado de crímenes de lesa humanidad durante el conflicto en Darfur, de que una autonomía del sur descomprimiría una situación bélica estancada que no iba a tener fin. Así fue que en los primeros días de 2011 se realizó un referendo que dio como resultado una casi unanimidad en favor de la creación del Estado número 194 de la Organización de Naciones Unidas.
La ONU, en tanto, tiene un problema de difícil solución en los Balcanes, la región europea donde la última de las guerras civiles europeas –y una de las más violentas– dejó un mosaico de nuevos países tras la caída del comunismo en Yugoslavia. Una de esas naciones, Serbia, considera que Kosovo es una provincia autónoma dentro de su propio territorio, según estableció en su Constitución y según mantiene la Resolución 1.244 del Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, al cabo de otra guerra civil, desde 1999 el territorio está a cargo de la Misión de Administración Provisional de las Naciones Unidas en Kosovo y de la OTAN.
En febrero de 2008, Kosovo se declaró independiente con la anuencia de Estados Unidos y la mayoría de los países de la Unión Europea. La República de Kosovo es reconocida por 98 de los 194 países de la ONU y entre los que se niegan a la secesión aparecen, por supuesto, Serbia, pero también Rusia, China, España y la abrumadora mayoría de los países latinoamericanos.
La negativa española se justifica alegando que aceptar la independencia de Kosovo implicaría tolerar la de Cataluña o el País Vasco. Los chinos tienen su propia complicación en Tibet, una región que goza de autonomía pero busca la independencia desde hace más de 60 años. En Moscú, desde la caída de la Unión Soviética, padecieron una sangría de territorios, entre ellos los países bálticos, Bielorrusia, Ucrania y Georgia, y quieren parar ahí.
Chechenia volvió a ser noticia cuando los hermanos Tsarnaev fueron acusados de haber colocado dos ollas a presión repletas de explosivos cerca de la meta del maratón bostoniano. De una familia originaria de Chechenia, los jóvenes nacieron en Daguestán y fueron criados en Estados Unidos. Según el FBI, el atentado tiene raíz en el fundamentalismo islámico (una venganza por la intervención de tropas estadounidenses en Afganistán e Irak contra el pueblo musulmán, dijeron). Sin embargo, investigaciones periodísticas revelaron que Tamerlán Tsarnaev, el que cayó baleado por la policía, había tenido encuentros en el Cáucaso norte con grupos radicalizados independentistas de Chechenia. Los mismos que hace unos días habrían hecho estallar un coche bomba en aquella ciudad en Makhachkala, la capital daguestaní.

La vía armada
De un modo dramático, Irlanda del Norte padeció durante décadas el azote de la represión del gobierno central británico y el crecimiento de grupos armados como el Ejército Republicano Irlandés (IRA). La respuesta de los grupos paramilitares GAL en España para combatir a la ETA tuvo una orientación similar.
Sin la misma violencia pero con un grado equiparable de insistencia, varios grupos culturales reclaman mayores dosis de autonomía, cuando no la independencia, en otros países europeos. Piensan en algo similar a lo que pudieron lograr, amigablemente, checos y eslovacos en lo que se llamó un «divorcio de terciopelo» en 1993. La Liga del Norte, en Italia, reclama la secesión de la Padania rica e industrializada para no seguir sosteniendo con sus impuestos al sur «pobre y atrasado». Como sucede con catalanes y vascos, hay en este reclamo un fuerte componente de egoísmo federal, aunque en el caso italiano se le agrega una cuota de racismo para nada desdeñable. Son, por lo demás, el ala derecha de la alianza que sostuvo a Silvio Berlusconi en el gobierno.
En Francia, el nacionalismo tiene varias vertientes, algunas vinculadas con España, como la región vasca del noroeste o al sur, en Rosellon, que sería parte de una Gran Cataluña. También ensayan versiones localistas los bretones, donde se propone la igualdad de las lenguas nativas con el francés y un rescate del folklore y los símbolos regionales. Algo similar ocurre en Córcega, la tierra natal de Napoleón. Más drástico, el amplio sur galo reclama la creación del Estado de Occitania, junto con Mónaco y algunos territorios de España (Valle de Arán) e Italia (Valles Occitanos, cerca de Turin).
Un caso particular es el de Canadá, donde la provincia franco hablante de Quebec ya hizo dos referendos para declararse independiente. Pero los secesionistas no tuvieron éxito y siguen bajo el amparo de la corona británica.

Revista Acción, 15 de Junio de 2013