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La industria bélica

La escalada de Uribe tiene hondas razones ideológicas y estratégicas. Pero también puede entenderse como una forma de crear razones para tranquilizar a los accionistas de un puñado de empresas privadas.

Las relaciones entre Colombia y Venezuela no eran una maravilla este jueves, cuando Hugo Chávez aprovechó la visita de Diego Maradona para anunciar la ruptura de relaciones diplomáticas. Ni lo habían sido días antes, cuando Álvaro Uribe prometió presentar pruebas de que en territorio venezolano reciben apoyo y protección efectivos de las FARC y el ELN, las dos organizaciones guerrilleras colombianas. De hecho, los presidentes se habían enfrentado el año pasado, cuando Uribe firmó la extensión de los acuerdos militares con los Estados Unidos, que implicaron la creación de siete bases militares en territorio colombiano. Lo que puede asegurarse ahora es que la llegada del nuevo gobierno de Juan Manuel Santos quedará fuertemente condicionada por lo que la mayoría de los medios tradicionales prefieren tomar como bravuconadas de Chávez y Uribe de cara a sus propios frentes internos.
Santos fue el ministro de Defensa que ordenó el ataque sobre territorio ecuatoriano en 2008, donde fue muerto el número 2 de las FARC, Raúl Reyes, junto con otras 16 personas. Desde entonces las relaciones con Ecuador también estaban rotas y Santos es investigado en relación con aquella incursión armada. Las tres son naciones bicentenarias surgidas bajo el influjo de Simón Bolívar, que comparten –con detalles– la bandera bolivariana y que alguna vez conformaron el intento de una gran nación construida sobre la base del virreinato de Nueva Granada. Naciones con las que Santos se comprometió a una política de buena vecindad.
Las relaciones de Colombia y los Estados Unidos no debieran ser precisamente amistosas, si se recuerda que Washington promovió la independencia de la provincia de Panamá porque no logró que el gobierno colombiano del 1900 aprobara que tropas estadounidenses vigilaran el flamante Canal. Sin embargo, por lo menos desde 1952 los lazos con la clase dominante colombiana se fueron estrechando y, desde 1974 –con el argumento de la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla– culminaron en pactos militares.
En 1998, cuando faltaban pocos meses para que el canal fuera devuelto a los panameños tras los acuerdos Torrijos-Carter, el ex presidente Andrés Pastrana anunció el Plan Colombia, “un programa de desarrollo económico sin drogas”. La conducción estratégica de las fuerzas militares estadounidenses sabía que ya no habría espacio para nuevas camadas de militares formados en la Escuela de las Américas de Panamá, y Colombia ofrecía todos los condimentos para ser su avanzada en la región. Por la mezcla de fuerzas insurgentes y producción de narcóticos que sólo podrían verse en Afganistán o el Extremo Oriente, entre otras explicaciones.
La violencia se potenció de tal manera desde entonces –sin entrar en demasiados detalles bastante conocidos que involucran a tropas regulares, paramilitares, mercenarios, cárteles y narcotraficantes– que según la ACNUR, la organización de la ONU que atiende a los refugiados, desde 2004 el número de desplazados internos se incrementa en 250 mil personas por año hasta superar actualmente los tres millones, y los refugiados sobrepasan los 650 mil personas, sobre todo en Ecuador y Venezuela, por la obvia cercanía fronteriza.
Hasta el 11 de septiembre de 2001, las guerrillas colombianas eran catalogadas por el Departamento de Estado como “fuerzas políticas beligerantes”. Desde entonces están en el rango de “organizaciones terroristas”. Y a medida que en los Estados Unidos se fueron incrementando los presupuestos para la lucha contra el terrorismo en todo el mundo, también fue aumentando la injerencia de los civiles contratados por Washintgon, no sólo como fuerzas armadas sino como servicios de espionaje.
Para 2002, se modificó una cláusula del convenio original que permite el ingreso de “subcontratistas” de seguridad sin límite. Esa es figura legal para los mercenarios y agentes civiles con permiso y protección de las leyes estadounidenses que actúan en este país sudamericano.
Entre los contratados figura personal de compañías como DynCorp y XE, la antigua Blackwater, la más grande empresa de seguridad global privada, con ingresos de unos 1000 millones de dólares al año y 40 mil empleados, la mayor parte de ellos en Irak y Afganistán. Estos contractors son conchabados por el Departamento de Estado, el Pentágono o la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo.
El diario The Washington Post publicó durante tres días un profuso informe denominado “EE UU secreto”. Es una investigación sobre el mundillo de las agencias de inteligencia. Durante dos años, un equipo de unas 17 personas al mando de Dana Priest y William Arkin fue desmenuzando un conglomerado que, según publicaron en el tal vez más influyente diario de los Estados Unidos, desde los atentados a las Torres Gemelas creció hasta ocupar hoy a 854 mil agentes. Son pocas las ciudades argentinas que llegan a esa población (Buenos Aires, Córdoba y Rosario). De esa cifra, 265 mil son contratados y pertenecen a las 1931 empresas privadas del rubro, que compiten con 1271 organizaciones gubernamentales.
“La floreciente industria de la inteligencia corporativa se lleva a los trabajadores más calificados del gobierno con mejores salarios y bonificaciones. Los contratistas pueden ofrecer el doble de dinero a empleados experimentados del gobierno federal”, dice el Post. “Los contratistas componen el 29% de la fuerza de trabajo en las agencias de inteligencia, pero cuestan el equivalente del 49% de su presupuesto de personal”, concluye el matutino. Al mismo tiempo, se multiplicaron los edificios donde se realizan tareas secretas y se desarrolló toda una industria para la construcción de salas de seguridad equipadas con alarmas, sistemas de comunicación protegidos y aparatos para la vigilancia que recuerdan en mucho a las películas más imaginativas del género.
No es la primera investigación sobre el tema en los Estados Unidos, aunque sí la primera que aparece en alguno de los medios top. Porque el periodista Jeremy Scahill había investigado sobre Blackwater. Y su colega Tim Shorrock había hecho lo propio en un libro que llamó Spies for Hire (Espías de alquiler).
Precisamente fue Shorrock quien en un reportaje radial se asombró el jueves de que nadie haya protestado antes por lo que estaba ocurriendo. “Las empresas privadas venden acciones en el mercado, se ufanan ante sus inversores de las altas ganancias, tienen edificios lujosos con el logo en la puerta y páginas web donde vuelcan sus logros. Hacen todo a la vista del público”, dijo. Esto es tan así que a principios de este año el fundador de Blackwater, el ex marine Erik Prince, habló efusivamente de sus negocios en una nota de tapa de la revista Vanity Fair, como si fuera un divo.
Durante décadas, la economía de los EE UU funcionó sobre la base de la asignación de recursos del Estado a través de la industria bélica. Los analistas más sensatos venían advirtiendo sobre los riesgos que para la democracia implica este tipo de relación con el aparato industrial militar. Ahora se le agrega esta nueva variable del complejo empresarial del espionaje.
Un complejo de tal magnitud necesita incrementar su tasa de ganancia continuamente, como cualquier empresa privada. Y sus ingresos provienen de la capacidad que puedan ofrecerles a los gobiernos para la resolución de conflictos. Como le pasaría a cualquier sofisticado técnico que vende su mano de obra supercalificada, en la medida en que se solucionan las fallas desaparecería también su posibilidad de conseguir contratos y el negocio se termina.
Son muchos los funcionarios de las áreas de inteligencia de los Estados Unidos que pasaron por la actividad privada y al término de su gestión volvieron a su anterior empleo. Uno diría que son técnicos de los que conviene desconfiar.
La escalada de Uribe tiene hondas razones ideológicas y estratégicas que van más allá de la guerrilla y apuntan directamente al corazón del gobierno chavista. Pero también pueden entenderse como una forma de crear razones para tranquilizar a los accionistas de un puñado de empresas privadas.
Las mismas que acercaron las presuntas pruebas esgrimidas por su embajador en la OEA.

Tiempo Argentino, 25 de Julio de 2010

Engaños y verdades a medias

En el origen de la crisis mundial resulta crucial el rol de Goldman Sachs. Un papel oculto por una trama de intereses que supo articular el banco y al que no es ajeno el principal grupo de medios de la Argentina.

Un eufórico José Luis Rodríguez Zapatero recibió el lunes al equipo de “La Furia” en el Palacio de La Moncloa. La primera Copa del Mundo de la historia del balompié español no es poca cosa. Porque si hay algo que caracterizó a los equipos de la Península es la poca fe con que tradicionalmente encararon el certamen de la FIFA. Una escasa confianza que se tradujo en decepción cuando, el mismo día en que Zapatero anunciaba sus drásticos planes de ajuste, la selección debutaba perdiendo con Suiza en Sudáfrica.
España era centro de miradas ajenas, también, porque comenzó a recibir a las primeras tandas de presos liberados por La Habana, lo que habría permitido otro gesto de euforia de Zapatero. Pero coincidía con el debate del estado de la Nación. Y el presidente del gobierno español se las tuvo que ver con un durísimo Mariano Rajoy, el jefe de la oposición derechista, que el miércoles pidió la cabeza del socialista. Sin embargo al otro día M. R. faltó al Parlamento. No fuera cosa de que realmente J. L. R. Z. renuncie y le quede a ellos la papa caliente de la crisis entre los dedos.
Barack Obama, para no ser menos, anunció un triunfo con la aprobación de su ley de reforma financiera, mientras la BP mostraba –también como un éxito– el cierre de la fuga en el pozo petrolero del Golfo de México, muy cerquita de Cuba. La banca Goldman Sachs, mientras tanto, aceptaba pagar una multa de 550 millones de dólares por haber mentido a sus inversores.
Aunque parezca traído de los pelos, hay un eje común que relaciona a todos estos hechos. Y en este eje resulta crucial el rol de la Goldman (“Hombre de oro”, curiosamente). Un papel oculto en las primeras planas por una trama de intereses que supo articular el fondo creado en 1869 en Manhattan, y al que no es ajeno el principal grupo de medios de la Argentina.
Como es conocido, la actual crisis económica explotó a mediados de 2008 en los Estados Unidos, cuando se diluyó la burbuja especulativa armada por un complejo sistema de hipotecas revendidas a inversores del resto del planeta. Una de las primeras víctimas de la onda expansiva fue precisamente España, donde un economista llegó a catalogar a esa crisis como de créditos NINJA (por no income, no jobs, no assets, esto es: “préstamos a gente sin garantía de ingresos, ni trabajo o activos de ninguna índole”).
En el origen de esa ola especulativa estaban varios bancos estrella del universo financiero internacional, como el Lehman Brothers, que quebró en ese otoño boreal. Goldman pudo salvarse gracias al apoyo del entonces presidente George W. Bush y de algunos de sus ex empleados, como Henry Merritt “Hank” Paulson Jr., secretario del Tesoro y miembro del Directorio de Gobernadores del FMI en esa época. Un cargo al que accedió luego de haber sido presidente del directorio y presidente ejecutivo de GS. Curiosamente.
El segundo en caer fue Grecia, que había conseguido ingresar al selecto grupo de países de la zona Euro “por la ventana”, porque nunca se acogió a las estrictas reglas que impone la moneda común europea. El apoyo de la gente de GS le permitió manipular las estadísticas y enmascarar su déficit presupuestario, mediante una complicada y sutil ingeniería. Según destacaba la revista alemana Der Spiegel, “Grecia no ha sido capaz de cumplir nunca con los criterios de Maastricht establecidos en 1999 y para maquillar los datos han llegado a excluir gastos militares o deudas hospitalarias.” GS gestionó la colocación de unos 15 mil millones de dólares en bonos tóxicos griegos y ganó unos 735 millones de euros desde 2002, según datos de Bloomberg.
No es la primera vez que Goldman estaba en el ojo de la tormenta. Un muy lúcido economista keynesiano muerto en 2006 a los 98 años, el canadiense John Kenneth Galbraith, que conoció en forma directa y desmenuzó en varios trabajos la crisis de 1929, escribió alguna vez: “In Goldman Sachs we trust” (“en GS tenemos fe”, en referencia a la confianza en Dios que figura en los billetes estadounidenses). Es que los GS boys habían impulsado sistemas no menos complejos de inversión que mucho contribuyeron para hinchar la burbuja financiera de los años veinte. Las acciones de GS, recuerda Galbraith, se desplomaron de 104 dólares a poco más de 2 en poco tiempo. Pero el banco sobrevivió incólume.
El año pasado, el premio Nobel y profesor de economía en Princeton Paul Krugman escribía para The New York Times: “El papel de Goldman en los EE UU ha sido similar en esta crisis al de otros actores, salvo por una cosa: Goldman no cayó en su propio lazo. Otros bancos invirtieron muchísimo dinero en la misma basura tóxica que vendían a los ciudadanos de a pie. Goldman ganó un montón de dinero vendiendo seguros respaldados por hipotecas de alto riesgo y luego otro montón más vendiendo en descubierto seguros respaldados por hipotecas, justo antes de que su valor se hundiese. Todo esto era perfectamente legal, pero el resultado neto fue que Goldman obtuvo beneficios tomándonos al resto por bobos.”
Cuando la SEC, la Comisión de Valores de Nueva York, decidió investigar el comportamiento de GS, en abril pasado, otra vez Krugman mostró su ingenio. El artículo esa vez se llamó “Looters in Loafers” (saqueadores en mocasines) y en él contaba la anécdota de un estudiante al que un profesor le pidió construyera una frase con la palabra saqueador (con un sinónimo inglés, to sack). “El alumno respondió: ‘Goldman SacKs’”.
“Hay algo muy sospechoso en el hecho de que nadie esté llorando en Wall Street 24 horas después de que Washington aprobó lo que se anuncia como reforma ‘histórica’, para evitar una repetición de las maniobras del sector financiero que derivaron en la peor crisis económica desde la Gran Depresión”, sintetizó. David Brooks, corresponsal del periódico mexicano La Jornada. Esa tímida ley de la que se ufanó Obama el jueves, por ahora es mucho más de lo que se atrevió a hacer la UE.
Ese mismo día, como publicó Tiempo Argentino, la SEC acordó –caballerosa forma de resolver el entuerto– una multa a GS de 550 millones de dólares. La acusación es haber engañado a clientes para invertir en valores que GS apostó a que fracasarían. En la siguiente rueda, las acciones de GS subieron un 3%. Tampoco aquí hubo lágrimas, curiosamente.
El diario Clarín publicó ayer sábado la noticia de la multa. Y dice que eso ocurrió un día después de la reforma, algo falso. Pero tampoco explica allí cuál es su relación con GS.
Unos días antes de que terminara el milenio, con una Argentina sumida en su más profunda crisis económica –de la que el banco no era ajeno, por cierto– el Grupo Clarín salía a la Bolsa de Nueva York en busca de fondos. Lo hizo de la mano de GS y así lo cuenta en su propia página institucional . “El 27 de diciembre de 1999, el Grupo Clarín SA y Goldman Sachs –una de las firmas globales líderes de banca de inversión– suscribieron un acuerdo de asociación, por el cual Goldman Sachs realizó una inversión directa en el Grupo Clarín SA. La operación implicó un aumento de capital de Grupo Clarín SA y la incorporación de Goldman Sachs como socio minoritario del mismo, con una participación del 18% del capital accionario.”
Otra página Web, en este caso de Naciones Unidas , revela que Peter Denis Sutherland, “fue nombrado Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para la migración internacional y el desarrollo el 23 de enero de 2006”. Luego, señala algunos datos del CV del irlandés. “Durante su carrera pública ha ocupado los cargos de Fiscal General de Irlanda, Comisario europeo y Director General del GATT y la OMC (…) Actualmente es el Presidente de BP y Goldman Sachs Internacional.” Como broche, acota que Sutherland recibió “numerosas condecoraciones y títulos honoríficos nacionales por su labor en materia de interdependencia regional y mundial”. El hombre también es consejero financiero del Vaticano.
Una carrera impecable, sin dudas.

Tiempo Argentino, 18 de Julio de 2010

Sincericidio a la alemana

Si algo puede decirse de Horst Koehler es que no se guarda nada. Incluso, que habla de más, cuando mejor le hubiese valido quedarse callado. Lo recuerdan muchos argentinos de los años críticos que siguieron al cambio de siglo, cuando desde su poltrona como máximo responsable del FMI daba consejos sobre qué hacer con la economía nacional, devastada por el derrumbe de la convertibilidad. Era el rostro serio y admonitor que despotricaba contra «la lentitud» de los gobiernos que sucedieron a la Alianza en responder a las inquietudes del organismo internacional.
Renunció al FMI en 2004, un año antes de que Argentina pagara toda su deuda con el Fondo y abandonara sus políticas de fiscalización de las cuentas. Nacido durante la ocupación nazi en Skierbieszów, Polonia, de una familia germana que escapaba de Moldavia al fin de la guerra, Koehler había accedido a la primera magistratura de su patria de sangre.
El cargo de presidente, en la actual Alemania, es un puesto descansado, tranquilo, protocolar. Alejado de los enredos que aquejan a cualquier mandatario latinoamericano o francés. Ni siquiera parecido a la escasa tarea que desempeña un presidente italiano o la reina de Gran Bretaña.
Es decir, una tarea para no despreciar, una beca adecuada y razonable para un economista doctorado en la Universidad de Tübingen que hizo carrera en el gobierno federal, dentro de la Unión Demócrata Cristiana, y había tenido una activa participación en el diseño del Tratado de Maastricht que dio nacimiento al euro.
Reelecto en 2009, y cumplidos los 67, podría haberse jubilado en el cargo en cuatro años, de no ser por un ataque de sinceridad. Fue el 22 de mayo, cuando explicó en una radio las razones para que Alemania mantenga tropas en Afganistán, como lo viene haciendo desde 2002.
«Un país de nuestro tamaño, que está centrado en las exportaciones y por lo tanto depende de su comercio exterior, debe ser consciente de que los despliegues militares son necesarios para proteger nuestros intereses», dijo.
El escándalo que provocaron sus palabras lo obligó a renunciar una semana más tarde. Los 4.500 soldados alemanes siguen en Afganistán.

Revista Acción, 15 de Julio de 2010

Crisis europea: la hora de las tijeras

El chiste circuló semanas después de que el volcán Eyjafjallajokull, dormido desde 1823, despertó repentinamente, oscureciendo de polvillo mineral los cielos de la mayor parte del viejo continente. Los aeropuertos estaban cerrados porque no era recomendable volar en esas condiciones, y la crisis económica carcomía la credibilidad del euro. Fue en pleno incendio de Grecia y vísperas de España. La chanza, un hallazgo del ingenio popular, decía que Islandia había muerto, y que su último deseo había sido que esparcieran sus cenizas por Europa.

Es que si bien la economía de los países centrales comenzó a trastabillar en Estados Unidos, viene a cuento recordar que hacia la mitad de ese dramático 2008, un puñado de bancos islandeses había dejado un tendal de acreedores sangrantes en Gran Bretaña y Holanda principalmente, pero que puso en alerta al resto de los países.
Fue así que ese pequeño archipiélago más propio de cuentos de Borges que de tragedias económicas del siglo XXI, perdió su aura de «el mejor lugar del mundo donde vivir» según el Índice de Desarrollo Humano del PNUD de ese mismo año, para estar en el banquillo de los responsables de haber desencadenado la furia de los dioses.
Europa poco a poco se fue internando en una espiral de recortes, salvatajes y amenazas al Estado de Bienestar de tal magnitud que los más de 5.000 millones de dólares acorralados en Islandia pasaron al olvido. Quizás porque, después de todo, los principales implicados –la propia Islandia y Gran Bretaña– no están en la zona euro. Sin embargo, desde Londres se anunció a mediados de junio un brutal «plan de austeridad» refrendado por la nueva coalición del gobierno.
Lo que el avance de la crisis revela es una situación que muchos ven como terminal. Para el euro, para el Estado de Bienestar y, quién sabe, también para la Unión Europea.

Desafíos
«Cuando a fines de los 50 se planteó el “Desafío Americano” –dice el economista e investigador del Conicet Mario Rapoport, recordando al teórico de la unidad continental, Jean Jacques Servan Schreiber– el tema era la respuesta europea a la competencia con Estados Unidos». Había pasado una década desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y tras la reconstrucción del belicoso conglomerado de naciones se debatía la forma de sacarse de encima tan incómodo “vigilante”». De modo que la unión se pensaba primero como una respuesta política. «Uno de los primeros objetivos era armar una Otan paralela, como concepto de defensa», puntualiza Rapoport. Algo a lo que, obviamente, Washington y su aliado Gran Bretaña se opusieron. De modo que, paulatinamente, a partir de la alianza estratégica de alemanes y franceses, se conformó el núcleo básico de la Comunidad Europea. Como sociedad comercial y económica en primer lugar.
Podría decirse que «por causas naturales» que hacen a la esencia del sistema capitalista, el Mercado Común Europeo devino con los años en una Unión de contenido más político y, paralelamente, para fortalecer esa unidad, se fueron tejiendo lazos cada vez más estrictos de asociación monetaria. A fines del siglo XX, el Banco Central Europeo y el euro eran realidades que se fueron cristalizando a lo largo de esta centuria. En la actualidad son 16 los países que integran la «eurozona», de un total de 27 naciones que forman parte de la UE.
«Hay una serie de chalecos de fuerza y es ahí donde está el nudo de la cuestión europea», reflexiona Gabriel Puricelli, analista político y miembro del Laboratorio de Políticas Públicas. «Se terminaron metiendo en una serie de corsés muy delicados, tanto en la cuestión nacional como supranacional». ¿Cuáles serían esos chalecos de los que habla el politólogo?
«Y… primero, el corsé supranacional es el euro, que tiene como piso central la Carta Orgánica del Banco Central Europeo que por estatuto no puede hacer políticas anticíclicas. Ellos se ataron, antes que al euro, a una política monetaria que lo precede y es la que permitió llegar a la moneda común. En realidad, tal como lo concibieron, se metieron dentro de un chaleco neoliberal que es una institución gigantesca y central para el proyecto», sintetiza Puricelli.
Como buen corsé, se ciñe muy fuertemente al cuerpo, según el diccionario de la Real Academia, «para corregir desviaciones». Que de eso en el fondo se trata: de meter a los países miembro en una suerte de caja rígida, atada a la concepción del mundo que planean en primer lugar Alemania, y en un plano secundario, Francia, como gestores del proyecto común de unidad continental.
Esto explica por qué razón las respuestas que ofrecen la canciller germana Angela Merkel o el presidente francés Nicolás Sarkozy ante una realidad que no obedece a las teorías, se parecen tanto a las que circularon por estas tierras cuando la convertibilidad se venía abajo. «Están empezando a hacer las tonterías que hicimos acá en el pasado», se lamenta ante Acción Marco Aurelio García, el principal asesor del presidente Lula en política internacional, de paso por Buenos Aires.
–¿Pueden funcionar allá las mismas medidas del FMI que no sirvieron acá?
–Mantuve largas conversaciones a solas con el director del FMI (el socialista francés) Dominique Strauss Khan y él me decía que Europa necesita un pac (Plan de Aceleración del Crecimiento), como el que nosotros hicimos en Brasil. Hablaba en el sentido de que la línea de enfrentamiento de los programas allá no debiera ser solamente un ajuste fiscal, que tendrán que hacer, seguramente, sino que se necesita relanzar la economía y crear oportunidades sociales. Porque todas las medidas que recomiendan a los griegos y demás, van restringiendo el consumo, disminuyendo la producción.

Modelos enfrentados
Entre las curiosidades que deja esta crisis, la que tal vez destaque es la posición que terminó defendiendo cada país en el encuentro del Grupo de los 20. Los europeos, capitaneados por la canciller Merkel y Sarkozy, sacaron a afilar las tijeras que quieren imponer puertas adentro de la ue , con el conocido discurso del cuidado fiscal, la reducción del déficit y la disminución de los beneficios laborales. Por el otro lado, sin Lula en Toronto, ausente por las graves inundaciones que asolaban por entonces el nordeste brasileño, además de la presidenta Cristina Fernández, fue Barack Obama quien defendió la reactivación o, en sus términos, «las políticas de estímulo».
Cierto es que las realidades son bien diferentes, porque el presidente estadounidense necesita posicionarse frente a la elección de medio término de noviembre y aspira a remontar un resultado, que parece difícil, bajando en algo un nivel de desocupación que hoy ronda el 10%. Sin embargo, también hay un enfrentamiento en torno a los controles a los mercados especulativos. Obama fue a la cumbre con la ley de regulación financiera debajo del brazo, que se había logrado consensuar en el Capitolio trabajosamente. Pero no logró que los europeos se movieran en esa misma senda.
A pesar de que los capitales volátiles y los más grandes bancos de inversión están en el centro de la controversia, por ahora son intocables.
Tim Geithner, secretario del Tesoro, y Larry Summers, principal asesor económico de Obama, habían publicado una carta en The Wall Street Journal advirtiendo contra la estrategia europea contraria a los estímulos fiscales. «El timing y la secuencia de los ajustes debería variar según el país», detallaron los funcionarios. Paul Krugman, el Premio Nobel de Economía, opinó en el mismo sentido: sería un error abandonar las políticas de reactivación. No perdió ocasión, de paso, de considerar que el planteo de la Merkel obedece a que «los economistas alemanes, simplemente, no entienden».
Esa podría ser una explicación. Otra es la que desgrana frente a Acción un estrecho colaborador del presidente ecuatoriano Rafael Correa. Pedro Páez Pérez fue ministro coordinador de Política Económica de la República del Ecuador y actualmente preside la Comisión Técnica Presidencial de ese país. Conoce el paño porque también es uno de los mentores del Banco del Sur. «Esta no es una crisis cíclica, es una crisis estructural, que tiene que ver con la madurez del capitalismo y con un proceso largo de estancamiento de la productividad del trabajo en el cual, paradójicamente, hay un problema de sobreproducción. Por un lado, entonces, resulta contraproducente invertir en las tecnologías apropiadas para salir del impasse, precisamente porque aumentaría la capacidad productiva y sería no rentable. Esta paradoja en el interior del capital lo lleva a buscar alternativas de inversión que no tengan el costo hundido de la inversión del capital fijo y que más bien entren por el lado de la volatilidad del sistema financiero, con instrumentos financieros nuevos, con ese tipo de innovaciones».

Laberintos
La forma de salir de un laberinto, para buscar otra imagen borgeana, es por arriba. Algo difícil para los europeos en la actualidad, según lo ve Rapoport. «Es difícil que puedan mantener mucho tiempo esta situación, y nosotros sabemos que los planes de ajuste van a fracasar, eso casi lo puedo asegurar».
«Salir de esta situación sin que todo vuele por los aires es bastante complicado. Y aún haciendo que todo vuele por los aires, las alternativas tampoco son muy claras», sostiene Puricelli. ¿Por qué razón? «Pues porque el problema no sólo lo crearon ellos sino que lo presentaron al mundo como una solución».
Abandonar el euro sería la propuesta automática que podría aportar cualquier argentino. Pero ninguno de los dirigentes europeos piensa en esa posibilidad. Más bien, mirarían al atrevido como quien habla del diablo en medio de la misa. Y, sin embargo, ya desde los albores de la moneda común había quien estudiaba estas cuestiones. Lo recuerda Rapoport: «Cuando se instauró el euro hubo un seminario del que participé donde hablaban de la teoría de los free banking, que tuvo su auge a fines del siglo XIX. Ocurrió también en Argentina, que se permitía a las provincias emitir dinero. En Estados Unidos de alguna manera ese fue el origen de lo que luego fue la Reserva Federal. Acá terminó con la crisis de 1890 y en España tampoco resultó. Pero cuando ellos hablan de free banking están pensando en que cada Estado o los bancos de cada país puedan emitir dinero».
Claro, la conformación de un Estado central da lugar, como correlato, a la aplicación de una moneda común. Y eso ocurrió en la UE. Pero sucede que no todos los países que ingresaron en la eurozona estaban en las mismas condiciones. De hecho, Krugman piensa que se aceleraron los tiempos para mostrar logros políticos en un momento en que Europa vivía la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana. Con el tiempo fueron apareciendo hendijas por las que se colaban las diferencias. Hay países en los que hubo más inflación que en otros, menos productividad. Alemania es el motor económico y a la vez la aspiradora de los mayores capitales. La crisis explotó en Grecia, España y se podría extender a Italia, Irlanda y Portugal. Pero los recortes son democráticamente repartidos.
Otra vez es Rapoport el que cuenta su historia, en este caso como investigador asociado con estudiosos de la economía europeos. «Hace dos años estuve en un seminario en Lyon, Francia, donde percibí mucho interés en el tema de las monedas paralelas en Argentina y me preguntaba por qué. Nos confesaron que les resultaba muy impactante que las cuasimonedas de alguna manera habían permitido la desmonetización con la convertibilidad, que habían funcionado».
–¿Patacones a la europea?
–Por lo menos se analizaba a nivel de economistas heterodoxos. Para salir de ese candado que es el euro. Hicieron varios trabajos con las monedas paralelas.

Votos cantados
«Este es un proceso de lucha por la hegemonía –no duda Páez Pérez– y en una crisis de sobreproducción tiene que definirse al final del día quién produce y quién termina con las ganancias, por lo tanto, quién termina con la crisis social». En estas pequeñas batallas cotidianas, se percibe un fuerte impacto mediado a través de «la deslocalización del trabajo, tratando de postergar o de relanzar la producción física, la producción industrial a lugares donde los costos laborales son cada vez más bajos», según enumera el ecuatoriano. Esto lleva a traslados de empresas cada vez más frecuentes. O a amenazas para lograr los mismos objetivos fronteras adentro.
Es lo que hizo por estas semanas la Fiat en su planta de Pomigliano D’Arco, en Nápoles. La empresa de los Agnelli hizo correr el rumor de que se llevaría la producción del nuevo Panda al exterior, donde los costos son menores. Los gremios plantearon un plan de lucha. Los metalúrgicos italianos de la poderosa Fiom estuvieron entre los más combativos, pero en asamblea de obreros primó la decisión de aceptar un referendo para aprobar una baja salarial y en los beneficios laborales. El resultado fue 2.888 votos (62,2%) para el Sí al acuerdo contra 1.673 (36%) que votaron por el No.
Podría pensarse que los trabajadores prefirieron un recorte de derechos con tal de mantener sus puestos. Porque el pacto los compromete a hacer tres turnos rotativos de lunes a sábado, la imposibilidad de declararse en huelga un sábado por la noche o, incluso no cobrar si la producción desciende un determinado límite.
Pero ahí no termina la cosa. El referendo no es vinculante. Y por un lado, el 36% de los empleados que votaron por el No se niegan a seguir trabajando a cambio de la merma en las condiciones laborales.
Además, la empresa ahora dice que sin la aceptación de los resultados de la totalidad no quiere «arriesgar» inversiones. La federación de los trabajadores metalúrgicos italianos, en tanto, promete que las cosas no van a quedar así y aseguran que irán a plantear el caso a los tribunales.

Huelgas demoradas
Esto explicaría en parte por qué en Europa parece haber tanta reticencia de los sindicatos para tomar medidas de fuerza drásticas contra planes que amenazan la estabilidad laboral de millones de personas. De hecho, en España los sindicatos más importantes decidieron un paro general contra el tijeretazo recién para el 29 de setiembre. «Los dos gremios son cercanos al PSOE», el partido gobernante, cuenta Puricelli. Tanto la Confederación Sindical de Comisiones Obreras como la Unión General de Trabajadores, en efecto, tienen vínculos con el Partido Socialista Obrero Español de José Luis Rodríguez Zapatero y saben que cualquier oposición fuerte podría desestabilizar al gobierno a favor del derechista Partido Popular. «No hay opción», advierte Puricelli.
En Gran Bretaña, sin embargo, el laborista Gordon Brown perdió las últimas elecciones en manos de lo que luego se transformó en la primera coalición de gobierno desde el fin de la guerra, entre conservadores y liberaldemócratas. Y los ganadores vinieron no con una tijera, como dicen en España, sino con un hacha, como retratan los medios locales.
Fue en este contexto que el ministro de Finanzas George Osborne cumplió con la tradición, tomó el desgastado maletín rojo que alguna vez utilizó el primer ministro William Gladstone en 1860, y llevó al Parlamento un presupuesto con anuncios de recortes, congelamientos, aumento del IVA en 2,5 puntos y la elevación de la edad jubilatoria en forma paulatina hasta quizá los 70 años. La cuestión pasaría por encontrar trabajo a esa edad.
Un día antes, y conocedores de los tiempos que se avecinan, los empresarios británicos salieron a abrir el paraguas cuando todavía no podían esperarse tormentas, y dejaron trascender a través de la tapa de The Times que la Confederación de la Industria Británica (CBI), la cámara que nuclea a los patrones ingleses, advirtió al gobierno que auguraban una serie de huelgas que podrían paralizar servicios públicos y «hacer un importante daño a la economía del país».
Y ya que estaba con las tijeras en la mano, le propuso al primer ministro David Cameron que también recortara el derecho de huelga de los sindicatos. La Confederación de la Industria Británica quiere que haya un porcentaje mayor de votos para que los sindicatos puedan convocar una huelga, y que se reduzca de 90 a 30 días el período de consulta con las autoridades para concretar un despido colectivo; también, que los trabajadores del sector privado puedan salirse de un convenio laboral aunque estén sindicados. Esto es, que «por voluntad propia» puedan desistir de las leyes de protección laboral y sindical. A la manera italiana.
«Tenemos un nuevo gobierno con la determinación de atajar las finanzas públicas y la voluntad política para hacerlo. Necesitamos ver un plan detallado en el presupuesto», había adelantado unos días antes el director general de la CBI, Richard Lambert. «También tiene que hacer todo lo que pueda para crear las condiciones correctas para que el sector privado pueda mantener y crear empleos», añadió.
La cuestión de fondo es por qué las dirigencias políticas, incluso en los sectores que se dicen de izquierdas, no intentan otras soluciones. «Hay una especie de callos mentales, dogmatismos y fundamentalismo en el plano teórico», sostiene el ecuatoriano Páez Pérez.
«La caída de la Unión Soviética afectó a todo el mundo. Digamos que al caer el muro, todos recibimos algún cascote. Y hay aún una incapacidad de la izquierda para dar respuesta a la crisis del capitalismo, tras una victoria sorpresiva por un cierto período, de las ideas liberales», opina Marco Aurelio García.
–Pero esas ideas liberales hoy están en crisis y sin embargo los paradigmas siguen vigentes.
–Pero están en crisis. Las crisis toman tiempo. Las ideas son un poco como esas estrellas que desaparecen y te quedas 1.000 años viéndolas, pero ya no existen.

Derechos sociales o euro, esa es la cuestión

Tanto en las islas británicas como en la península ibérica y en Francia, la demanda de los sectores más progresistas de la sociedad es en defensa de lo que queda del Estado de Bienestar, que tanto orgullo hizo sentir a los europeos desde los 50 en adelante.
En la París de estos días, incluso, surgieron críticas a esos que en mayo del 68 protagonizaron la épica más desbordante de finales de siglo XX. Porque el proyecto de ley que el ministro de Trabajo Eric Woerth enviaba al Parlamento, y que paulatinamente incrementa la edad jubilatoria a 62 años, impacta en muchos de aquellos jóvenes rebeldes, a punto del retiro.
La generación del baby boom, los nacidos tras el fin de la guerra, como recordó un analista galo Eric Aeschimann, «ha sido vista desde su ingreso a la política como una generación bendecida por los dioses». Para ella, lo habitual fue el crecimiento, «contratos de duración indeterminada, el optimismo político, la revolución de las costumbres y ahora, a la vejez, tal vez sean los últimos que puedan vivir sin padecer la miseria. A las generaciones siguientes les esperan años de desempleo, precariedad, deuda pública y por todo horizonte una pensión deshilachada».
En Inglaterra, las políticas del nuevo gobierno apuntan directamente contra el Welfare State y se hacen sentir en los foros de debate y los think tank laboristas. En España, el país donde el Estado de Bienestar entró más tarde (hubo que esperar el retorno de la democracia, a la muerte del dictador Francisco Franco) y con menos convencimiento (los beneficios sociales están por debajo de la media europea) la polémica se extendió a los dos diarios más cercanos al PSOE, como El País y Público.
Es que los recortes que «como un fantasma recorren Europa» (para aprovechar una metáfora de la prensa hispana precisamente) se ensañan sobre todo en ese apartado de los presupuestos. Y la coincidencia es tan abrumadora como conocida: baja de salarios en el sector público y las jubilaciones, aumento de la edad para el retiro, flexibilización laboral, modificación a la baja de las leyes de estabilidad, eliminación progresiva de los subsidios a la niñez y la educación de los más pobres. Pero nada de regulación financiera o impuestos al capital especulativo. Centrando, por lo tanto, la culpa de la crisis en los más débiles, que no sólo sufrirán las consecuencias de la recesión económica, sino que tendrán menos recursos para defenderse de la injusticia social.
Pedro Páez Pérez cree que Europa, finalmente, apelará a sus recursos morales para salir de la crisis sin autoinmolarse. «El pacto social demócrata en Europa y el New Deal en los Estados Unidos fueron los años dorados del capitalismo. Ahí hay una opción muy importante relacionada con el desarrollo de la capacidad de consumo de los sectores más vulnerables de la población».
Desde las páginas del español Público, el economista egipcio Samir Amin da una explicación algo más desesperanzadora: «El patrón de construcción europea ha sido reducir la capacidad de los estados, sobre los que descansaba el Estado de Bienestar, sin crear un Estado supranacional. Estaba cantado que sin crear una organización supranacional el euro tendría problemas».
Eso es lo que está ocurriendo ahora, tal vez. Que para terminar con los estados nacionales, en esta batalla por la hegemonía, la vieja Europa necesita deshacerse de esa sociedad más justa y equilibrada en provecho de atrincherarse, como bastión, detrás de su moneda.

Revista Acción, 15 de Julio de 2010