Seleccionar página

El empresario y lobista Spruille Braden había sido designado embajador en Argentina por Franklin Delano Roosevelt en uno de sus últimos actos de gobierno. De hecho, el cuatro veces presidente de Estados Unidos murió 15 días antes de la capitulación nazi. El 1 de julio de 1945 Braden fue recibido en la Casa Rosada por el coronel Juan Domingo Perón, que era vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión y apuntaba para la presidencia en elecciones libres. Braden estaba casado con una chilena, tenía fuertes intereses en la minería trasandina y una visión muy sesgada de Perón, al que calificaba -tal como hacía el Departamento de Estado y en general la dirigencia y la prensa “aliada”- de pro nazi.

El paso del ascendiente líder como agregado militar en la Italia del Duce no ayudaba demasiado. Y además, integraba un grupo de coroneles que tenían como objetivo el desarrollo autónomo de la Argentina, aprovechando que las grandes potencias estaban en otra. Por la guerra primero y en la reconstrucción luego, además de que desde la muerte de Roosevelt -que había cristalizado un modelo económico como el que venía a proponer Perón- su sucesor, Harry Truman, se sumergió en la Guerra Fría, adhiriendo a los postulados de los halcones anticomunistas de la Casa Blanca.

Con todo ese bagaje, Braden fue recibido, dice en sus memorias, muy cordialmente por el hombre fuerte del gobierno de Edelmiro Farrell. El diplomático venía con sus imposiciones y “recomendaciones”. Argentina había demorado la declaración de guerra a Alemania y Japón hasta fines de marzo de 1945. Brasil, el vecino, había enviado una Fuerza Expedicionaria en agosto de 1942, lo que granjeó la simpatía -momentánea- de los aliados con Getulio Vargas. Un reclamo del embajador era por la entrega de los activos nazis en el país, cuantiosos fondos que el Estado argentino había expropiado. Se dice que Perón reclamó por el trato hostil de la prensa estadounidense. Fue entonces cuando el diplomático planteó un pliego de condiciones: “Créame, si usted hace todo esto será bien considerado en mi país”.

«Vea, señor embajador: a mi no me interesa ser muy bien considerado en su país al costo de ser un hijo de puta en el mío», respondió el coronel.

No viene mal recordar este episodio a 80 años de la fecha iniciática del movimiento que encumbró a un movimiento que transformaría para siempre al país. Un obvio contraste con la imagen de servilismo del actual presidente, que se conforma con “ser bien considerado” en la Casa Blanca. A ocho décadas de aquellos acontecimientos, el peronismo sigue siendo el grano en el patio trasero de Estados Unidos, como evidencian los integrantes del staff y el propio Donald Trump, que conocen esta historia mejor que muchos argentinos proclives a la lisonja fácil y la autodenigración cómoda. Por eso están dispuestos a poner lo que haga falta con tal de «poner el último clavo en el ataúd» y etc.

Perón decía que “la verdadera política es la política exterior”, y actuó en consecuencia, algo inadmisible para el proyecto de dominación mundial como el que iniciaba el imperio sustituto del británico. Ese modelo se formalizó en 1947 con el Pacto de Río de Janeiro que dio origen al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), un acuerdo de defensa continental que mostró su verdadero cariz cuando fue reclamado por Argentina en 1982, a raíz de la guerra en Malvinas.

Un legado perdurable de Perón fue la Tercera Posición, que define una política exterior y también un modelo económico. Para la época -la Guerra Fría naciente- era toda una definición ideológica a la que imperceptiblemente fueron adhiriendo líderes del llamado Tercer Mundo. La Conferencia de Bandung de 1955 que dio a luz al Movimiento de No Alineados iba en ese sentido. En la región, el peronismo 1946-1955 impulsó una alianza estratégica con Brasil y Chile, llamada ABC, que no alcanzó a prosperar, aunque fue el antecedente del Mercosur. Hugo Chávez tomó en cuenta el ideario de Perón con el proyecto de Unasur, en 2008.

A poco de ser ungido por tercera vez, Perón reanudó relaciones diplomáticas con Cuba, expulsada en 1962 de la OEA, la pata política del imperio, nacida en 1948 en Bogotá, para cuando fue asesinado el candidato progresista Jorge Eliécer Gaitán. ¿Casualidad? El ingreso en el MNOAL se produciría en la Cumbre de Argel, en septiembre de 1973, cuando se logró incorporar como tema la soberanía sobre Malvinas y los usos pacíficos de la energía nuclear.

El otro capítulo del sometimiento a los dictados del Norte se hizo a través del Fondo Monetario Internacional, creado a partir de los acuerdos de Bretton Woods, de junio de 1944. Argentina no fue invitada, como tampoco lo fue en 1945 a la firma del Acta de Chapultepec, punto de partida para el TIAR. La demora en romper relaciones y declarar la guerra a los países del Eje era un estigma difícil de olvidar.

Es conocido que la Argentina se incorporó al FMI el 20 de julio de 1956. Ocho meses después del golpe de estado contra el gobierno constitucional y 40 días después de los fusilamientos de los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. Estaba en el poder el dictador Pedro Eugenio Aramburu. ¿Otra casualidad?

El ansia de someterse a Estados Unidos es una marca indeleble para las élites locales, sucesoras de la Revolución Fusiladora (Libertadora le llamaron, nueva “casualidad”). Consideran que la decadencia argentina se produjo por no haber apoyado a los aliados. Interpretan que el despegue de Brasil es porque hizo los deberes entonces y recibió las bendiciones de Washington. Ahora Brasil apuesta por otro alineamiento del que el gobierno decidió bajarse. ¿Y se era el último tren?

Tiempo Argentino, 19 de Octubre de 2025