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Trump deja hacer y el Pentágono prueba sus armas en Afganistán

El lanzamiento de «La madre de todas las bombas» sobre un complejo de túneles de Estado Islámico en Afganistán puede ser interpretado como una nueva muestra del papel que Donald Trump quiere representar en este período de las relaciones internacionales: el de cowboy impredecible. El ataque, sorpresivo, como el de una semana antes sobre una base siria con 59 misiles Tomahawk, marca también el nuevo protocolo de funcionamiento del controvertido presidente en relación con el Pentágono. Y si Barack Obama quería mostrar su absoluto control sobre lo que hacen las fuerzas armadas, Trump en cambio, felicita a «los mejores militares del mundo» y los deja hacer. De allí el tardío bautismo de fuego de esta superbomba diseñada y fabricada en 2002 por el Laboratorio de Investigaciones de la Fuerza Aérea (AFRL por sus siglas en inglés) con el único objetivo de «convencer» a Saddam Hussein de la conveniencia de rendirse sin dar pelea y que nunca se había llegado a utilizar. Y que, como queda claro, los militares ardían en deseo de probar en un campo de batalla.

Este repentino giro bélico de la administración Trump genera además las interpretaciones más diversas, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. La visita de Rex Tillerson de este miércoles a Moscú, incluida su entrevista con el presidente Vladimir Putin, sirvió para descomprimir un poco la tensión creada por el bombardeo en la base de Jan Shayrat, en respuesta a la matanza con gas sarín en la provincia de Idlib, y que los medios y gobiernos occidentales atribuyeron a Bashar al Assad.

Si Trump quería mostrar que no es «amigo de Rusia», podía ser una buena forma de despegarse de ese mote que le endilgaron desde antes de ganar la presidencia. En principio, las primeras encuestas para testear la reacción del ciudadano medio de Estados Unidos le dieron un amplio apoyo al gobierno.

Pero en los medios y en los sectores políticos más reactivos a Trump, el debate pasó por otro lado. Así, el Washington Post publicó que el recurso de los misiles podría acercar al mandatario hacia una causal de juicio político, ya que tiene acciones en Raytheon, la empresa fabricante de los misiles lanzados en Siria. Sobre todo en vista de que en la Bolsa de Nueva York, la cotización de la firma trepó en un par de días casi un 2%, en un rubro que también creció proporcionalmente en los tableros de la NYSE desde que Trump anunció un incremento en el presupuesto de Defensa.

El argumento del conflicto de intereses que desliza el Washington Post se choca con la realidad histórica de que desde 2001 es cada vez más evidente el paso de funcionarios a empresas privadas ligadas a la guerra o a sus consecuencias. Los más conocidos son los del vicepresidente de George W Bush, Dick Cheney, y de su secretario de Estado, Donald Rumsfeld, ligados a Halliburton y a Lockheed Martin, multinacionales altamente beneficiadas con contratos por miles de millones de dólares en Irak.

El caso de la superbomba es diferente, ya que es un producto típico de tecnología estatal desarrollada puertas adentro de la Fuerza Aérea. Nació como una actualización y ampliación de la bomba BLU-82, «Daisy cutter», utilizada en la Guerra de Vietnam. El laboratorio AFRL tiene en su haber varios proyectos ultrasofisticados y es una avanzada en el desarrollo de artefactos bélicos desde el Pentágono.

Estados Unidos emergió de la Segunda Guerra como la principal potencia económica del mundo, y desde el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón, el amo militar del planeta. Sin embargo, en 1949 la Unión Soviética dio la sorpresa al probar su propio artefacto nuclear. Desde entonces, el riesgo de un Armagedón fue creciendo a medida que más países ingresaron a ese selecto club, lo que convirtió a ese tipo de ingenios letales en políticamente inútiles: si uno lo tiene, puede amenazar, si lo tienen muchos, el mundo se termina.

De allí la importancia disuasora de tener un arma que tenga una alta capacidad destructiva pero no las consecuencias que produciría el uso de armamento atómico. Fue la idea básica para desarrollar la GBU-43/B. Massive Ordnance Air Blast (Explosión aérea de artillería masiva), con un altísimo poder de fuego pero un escalón antes de la bomba que se lanzó sobre Hiroshima en 1945. La sigla en inglés, MOAB, remite y no por casualidad, a Mother of all battles, la madre de todas las batallas, en referencia a una frase de Hussein que hizo historia en los primeros días de la invasión a Irak.

Afganistán, por otro lado, es un escenario adecuado para semejante intervención, ya que la situación permanece estancada desde hace años y crecen las voces dentro de EE UU que reclaman reconocer que la guerra no se pudo ganar. Y una guerra que no se gana, se sabe, es porque se pierde. El antecedente de Vietnam todavía pesa en el orgullo de ese país y quizás Trump pudiera ser el más indicado para reconocer una derrota, como Richard Nixon lo fue en los ’70 para proponer la rendición en el sudeste asiático. De ser así, la MOAB podría ser como el brillo agónico de una supernova. Más aun pesa la certeza de que son varios los imperios que no pudieron conquistar Afganistán a lo largo de la historia. El último que chocó fue la Unión Soviética, que aceleró su inesperado final con la invasión de 1979, que culminó con un fiasco. Y, para sumar otro detalle, los túneles destruidos por la MOAB habían sido construidos durante la ocupación soviética por los talibanes, que entonces tenían apoyo estadounidense.

Por otro lado, la coincidencia de estos acontecimientos tanto en Siria como en Afganistán y el encuentro de Trump con el presidente chino Xi Jinping y el de su canciller con Putin debería entenderse como la concreción de una entente para el reparto del poder mundial. Una suerte de Conferencia de Yalta en pequeña escala.

A nadie escapa que los ataques de los últimos días fueron anunciados previamente a ambos líderes, que reaccionaron con una mesura incomprensible si el contexto fuera de escalada bélica. Y que en ambos casos, Washington se involucra en el combate al Estado Islámico y el extremismo islámico, un objetivo común con Moscú y también con Beijing, que en la provincia de Xinjiang enfrenta la resistencia de la población uigur, de fe musulmana. «

Terrorismo de exportación

La persecución al Estado Islámico tanto en Siria como en Irak y Afganistán deja como consecuencia, según analistas, la extensión del terrorismo hacia Europa. De acuerdo con esta caracterización del conflicto, si los yihadistas, que pretendían crear un Estado en los territorios que llegaron a ocupar, son perseguidos, darán golpes en otros lugares para demostrar una posición de fuerza que los hechos no parecen corroborar.

Así se interpreta el atentado con un camión que arremetió contra los transeúntes en Estocolmo la semana pasada. El presunto autor del ataque, Rajmat Akilov, de origen uzbeco, habría sido reclutado por EI en Suecia, donde había emigrado y trabajaba en la construcción.

El domingo pasado, dos ataques reivindicados por EI en iglesias coptas de Alejandría y Tanta dejaron un saldo de unas 45 personas muertas. Los atentados se produjeron a tres semanas de la primera visita del papa Francisco a Egipto que, de no mediar cambios, será el 28 y 29 próximos.

Este retroceso del EI, que en muy poco tiempo llegó a ocupar el 20% del territorio sirio y el 47% de Irak, se da luego de que Washington comenzó a retraerse en la región en el marco de las presidenciales de 2016. Eso podría contarse como prueba del apoyo a esos grupos extremos con tal de derrocar a Bashar al Assad. Según el expremier iraquí Nuri al Maliki, el EI también tenía detrás a Arabia Saudita, Catar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos.

Tiempo Argentino
Abril 16 de 2017

Mal clima

El año pasado la emisión de gases de efecto invernadero alcanzó un nuevo récord, según un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la agencia de Naciones Unidas que analiza el impacto de la actividad humana en el cambio climático. De acuerdo con este estudio, entre 1990 y 2014 el nivel de emisiones de los tres gases más perniciosos para la atmósfera –dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O)– creció un 36% por las actividades industriales, agrícolas y domésticas.

«La concentración atmosférica de CO2 –principal gas de efecto invernadero de larga duración– alcanzó 397,7 partes por millón (y) en el hemisferio norte, las concentraciones de CO2 sobrepasaron el valor simbólico de 400 ppm en primavera, época en la que el CO2 es más abundante», alerta el documento.

El dato de que el mayor incremento se registra en el hemisferio norte es entendible porque en esas regiones se concentra la mayor superficie terrestre del planeta. Pero además es la zona donde están ubicados los países más desarrollados, que son los máximos responsables de este dramático deterioro registrado desde la revolución industrial en las condiciones generales de la esfera que habita el hombre.

Son ellos, por lo tanto, la parte esencial del problema y, al mismo tiempo, tendrían que serlo de la solución. Sin embargo allí es donde se concentran las principales resistencias a generar el marco adecuado para ponerle fin a un modo de explotación del medio ambiente que a corto plazo –y ya se ven algunas de sus consecuencias– resulta suicida para cualquier especie viva tal como la conocemos.

El Protocolo de Kioto, de 1997, establecía la reducción de las «emisiones antropogénicas agregadas, expresadas en dióxido de carbono equivalente, de los gases de efecto invernadero» a no menos del 5% de las de 1990 en un período de 15 años, esto es, hasta 2012. Pero el compromiso, el primero de significación desde que se conocieron las consecuencias del cambio climático, no fue firmado por todas las naciones. Algunos gobiernos se tomaron su tiempo para analizar las consecuencias en torno a su propio desarrollo. Porque para algunos emergentes había una trampa en pretender reducir emisiones cuando intentaban crecer como potencias económicas. Además, estaba el debate de quién y cómo debería pagar los costos de la conversión industrial.

Poco a poco casi todos se fueron sumando a la propuesta y aceptaron las condiciones establecidas en el documento, pero siguen reacios Kazajistán, Croacia, Australia y el principal contaminante del globo terráqueo, Estados Unidos. Las autoridades estadounidenses –y en ese sentido George W. Bush también fue un «cruzado»– tampoco querían ponerle coto a su propia industria ni aumentar sus costos internos cuando intentaban recuperar competitividad en relación con Japón, Alemania, Corea del Sur y China.

Pero hay otra razón de peso: existe un fuerte lobby ideológico negacionista, ligado con grupos extremos principalmente del ultraconservador Tea Party, y de corporaciones económicas, que consideran a toda regulación estatal –y el control ambiental lo es– como una intromisión en las libertades individuales. Los hay también que inscriben a las advertencias contra el cambio climático como operaciones de grupos antiestadounidenses.

Las evidencias en torno al daño a la capa de ozono y el aumento en la temperatura de los océanos son incontrastables. Y no es una cuestión que pueda inscribirse como un asunto interno de cada país. Sería como someterse al riesgo de un cáncer pulmonar por permitir que un fumador empedernido acabe con un cigarrillo detrás de otro en el mismo recinto.

El presidente de EE.UU., Barack Obama, prometió poner a su país en consonancia con el resto del mundo y firmó un convenio con 81 empresas multinacionales para la reducción de emisiones. No logró que se sumaran las petroleras, pero es un avance.

El desafío de la Conferencia del Cambio Climático de París, la COP21, será que todos los países, sin excepciones, cumplan con los acuerdos climáticos y, siguiendo la metáfora, vayan dejando el cigarrillo. En la Tierra no hay espacio para un salón de fumadores.

Revista Acción
Diciembre 1 de 2015

 

Obama en el laberinto de Afganistán

Obama en el laberinto de Afganistán

Según Barack Obama, las fuerzas militares afganas «han obtenido progresos» desde la invasión estadounidense, hace 14 años, pero «aún no son lo suficientemente fuertes» como para garantizar la seguridad el país, por lo que lejos de dejar el territorio, como era su promesa, Estados Unidos mantendrá unos 5500 soldados incluso después de dejar su cargo, en 2017. La incursión de tropas estadounidenses en la región, que se disparó luego de los atentados a las torres gemelas del 11S de 2001, no hizo sino profundizar el caos existente y el relato del presidente es apenas un gesto de reconocimiento de errores que no cometió personalmente, pero que tampoco hizo mucho por resolver.

Por lo pronto, este mes, Afganistán fue un dolor de cabeza para Obama y tuvo que salir a dar explicaciones en más de una ocasión por lo que llamó errores. No son pocos los críticos que, donde la Casa Blanca ve equivocaciones, interpretan políticas de fondo, prácticas perversas que se desarrollan en ese rincón del planeta desde el inicio de la ocupación.

El 3 de octubre el mundo se horrorizó al conocerse la noticia de que aviones de EE UU habían atacado en Kunduz un hospital que estaba a cargo de Médicos Sin Fronteras (MSF). El ataque duró varias horas y causó la muerte de 22 personas, 10 pacientes y 12 miembros de la organización. De inmediato la ONG presentó enardecidas protestas por la barbarie demostrada en el incidente, ya que aseguran haber indicado con suficiente antelación la ubicación del edificio en GPS y además, en el techo estaba pintado el logo correspondiente.

Al principio, voceros del Pentágono hablaron de un error, luego el tema fue creciendo en los medios –MSF pidió expresamente una investigación internacional bajo los postulados de los Convenios de Ginebra, puesto que los consideró un crimen de guerra- y el propio Obama primero pidió perdón y luego anunció una pesquisa, aunque interna y sin participación foránea.

Justo un par de días más tarde se anunció en Atlanta, Georgia, la firma del Tratado de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), un acuerdo de libre comercio que nuclea a 12 países de la cuenca del Asia-Pacífico, un selecto club que excluye a China –más bien fue hecho para oponérsele-, representa el 10% de la población mundial y el 40% del PBI. Que además refuerza el mercado productivo de Estados Unidos en un momento crucial por la crisis económica internacional.

El TPP fue elaborado en el secretismo más profundo durante cinco años por un equipo de no más de tres personas por país y representantes empresarios, y sólo traslucieron algunos de sus detalles luego de una filtración del sitio WikiLeaks. Es curioso, pero el anuncio de la firma no implicó la publicación de la letra chica del documento, que según la administración de Obama, se hará en los próximos 30 días. «Los abogados están trabajando ahora mismo para terminar el texto y prepararlo para su difusión», explicó el representante de la casa Blanca, Michael Froman. ¿Qué anunciaron, entonces?

Para entrar en vigencia, el TPP deberá pasar por las legislaturas de los países firmantes, que por América Latina son Chile, Perú y México. En algunos distritos será un simple trámite, pero en otros nada está garantizado, más aun cuando aparece en la agenda como una estrategia armada al margen de la población de cada uno de los socios. En el caso de Estados Unidos, los republicanos lo aprueban con las dos manos levantadas, pero ya la precandidata presidencial y ex secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijo que se opone. «Lo que sé es que a partir de hoy no estoy a favor de lo que he podido saber sobre eso», dijo en tono despectivo en una entrevista para la cadena pública PBS.

El TPP deja muchas hilachas perjudiciales para trabajadores, pymes de países menos desarrollados y hasta para los gobiernos de esas naciones, que quedarían a merced de tribunales comerciales secretos que, se descuenta, beneficiarán a las multinacionales y a los grandes inversores.

También despertó críticas porque la iniciativa tiene artículos que permiten limitar y castigar la libertad de expresión en Internet mediante la excusa de proteger los derechos de autor. Pero en el área que más polvareda levantó fue en la cuestión de los medicamentos.

Son muchas las instituciones que venían advirtiendo de los riesgos que involucra ese acuerdo para la salud ya que al incrementar el plazo de cobertura de las patentes industriales encarecerá el costo de los genéricos en tratamientos de toda índole y principalmente para los sectores más carenciados de la sociedad.

Al frente de estas protestas se había anotado precisamente MSF en un comunicado que firmó su directora, Judit Rius Sanjuan, asesora legal, a la sazón, de la campaña de Acceso de Medicamentos de la entidad en EE UU. «Médicos Sin Fronteras –dice el texto- expresa su consternación por la decisión que tomaron los países miembros del TPP de acceder a las demandas del gobierno de los Estados Unidos y de las farmacéuticas multinacionales que aumentarán el precio de medicamentos para millones de personas a través de la extensión innecesaria de monopolios y retrasando deliberadamente la baja de precios al impedir la competencia con medicamentos genéricos (…), el TPP pasará a la historia como el peor tratado para el acceso a medicamentos en países en desarrollo, que serán forzados a cambiar sus leyes para incorporar los abusivos protocolos de protección a la propiedad intelectual para las compañías farmacéuticas.»

En asuntos intrincados como este, las coincidencias no suelen abundar. ¿Esto quiere decir que el ataque al hospital de Kunduz podría ser una venganza o una amenaza por el rechazo de MSF al tratado TPP? No habría elementos para asegurarlo. Es cierto que la ONG de inmediato pidió investigar un crimen de guerra. Dijo, incluso, que hasta en las guerras hay códigos, que en el caso del centro de atención en esa localidad afgana habían sido violados. Pero no habló, al menos públicamente, de que una cosa tuviera que ver con la otra. Es cierto, también que las disculpas de Obama finalmente se produjeron, pero sonaron, como ironizó algún cercano al organismo, a la actitud de ese marido golpeador que tras una paliza le regala flores a su esposa con una tarjetita que dice «no quise hacerte daño».

Según un trabajo elaborado por Micah Zenko, investigador en el Council on Foreign Relations, un think tank estadounidense, en Afganistán por cada soldado hay tres «contratistas», la forma legal que reciben los mercenarios que trabajan para alguna de las empresas de seguridad con las que desde el gobierno de George W. Bush se privatizaron gran parte de las guerras que encara Estados Unidos.

La principal de esas empresas es DynCorp, que pertenece desde 2010 al fondo de inversiones Cerberus Capital Management, con sede en Nueva York. Con inversiones en todas las ramas de la economía, desde automotrices como en su momento Chrysler, o inmobiliarias, también tiene intereses en la industria bélica, por supuesto, y los tuvo en alguna farmacéutica de menor volumen, como Talecris Biotherapeutics. Entre sus directivos figura el ex vicepresidente de George W Bush, James Danforth «Dan» Quayle, y su ex secretario del Tesoro, John William Snow.

El TPP garantiza mercados y negocios para inversores de toda laya, y Cerberus es uno. Cualquier oposición representa una mala nueva y un enemigo que mejor no tener. DynCorp tuvo en su historial denuncias de todo calibre por las barbaridades cometidas por su personal en Bosnia, Colombia y Afganistán (principalmente en Kunduz, por escándalos sexuales en 2009).

¿Esto relaciona a los mercenarios con el bombardeo al hospital del MSF?

¿Es la primera vez que hay «errores» como este?

No, todavía se recuerda el ataque al Hotel Palestina de Bagad que causó la muerte de dos periodistas y otro en contra las oficinas de Al Jazzera en Kabul, ambos en 2001.

¿Obama tiene algo que ver con el ataque?

No hay pruebas de nada de esto, sólo cadenas de casualidades, sospechas con cierto fundamento. En todo caso, tal vez el reflejo de que el inquilino de la Casa Blanca está en un laberinto del que no le resulta fácil escapar.

 

Tiempo Argentino · 16 de Octubre de 2015

Ilustró Sócrates

 

Putin y Obama en el barro de Siria

Putin y Obama en el barro de Siria

Dicen que «el que avisa no es traidor». Vladimir Putin podría esgrimir este argumento para justificar que el ataque aéreo en territorio sirio ordenado el miércoles no debería haber sorprendido a nadie. Lo venía avisando desde unos días antes y, por lo que traslucieron los rostros del presidente ruso y de Barack Obama en su encuentro del lunes pasado, se lo dijo al mandatario estadounidense en el cara a cara que mantuvieron en Nueva York.

La andanada de críticas que despertó la incursión rusa, que según su versión de los hechos se descargó sobre objetivos de Estado Islámico y grupos opositores a Bashar al Assad, no se hizo esperar. En primer lugar desde los medios, que denunciaron que se había bombardeado sobre población civil.  Desde el gobierno de Obama señalan con insistencia en que no queda claro hacia adónde apunta la metralla de Moscú, dejando la sospecha de que incluso solo se descargó la metralla contra grupos opositores indiscriminadamente.

El presidente ruso detalló que fue de un «ataque preventivo», una respuesta a tono con el concepto aplicado por el ex presidente George W. Bush luego del 11S, y salió luego a explicar que se trató de una veintena de incursiones contra un centro de mando yihadista y un puñado de depósitos de municiones. De paso, se vio en la obligación de desmentir la información que circulaba a esa altura en los centros del poder mundial. «Las primeras versiones sobre bajas civiles se produjeron antes de que despegaran nuestros jets».

Más allá de la veracidad de denuncias y desmentidas, era de esperarse que cualquier ataque ruso iba a despertar críticas de toda calaña. Desde que comenzó la llamada Primavera Árabe, la región se convirtió en un hervidero. Como corolario, se produjeron cambios irreversibles en medio de una inestabilidad ya crónica, azuzada por la intervención directa o indirecta de las potencias europeas y organismos vinculados a los servicios de inteligencia de Estados Unidos.

De allí que lo que para algunos fue la esperanza de extender procesos democráticos en países que venían padeciendo dictaduras por décadas, terminó en la destrucción de instituciones políticas, sociales y políticas y su secuela de miles de muertos en guerras civiles. En ese marco agencias occidentales financiaron el crecimiento de grupos opositores a los regímenes que finalmente fueron destituidos. Pero en el caso concreto de Estado Islámico (EI),  Isis o Daesh, según la denominación que se prefiera para los yihadistas, se fueron sumando sectores más radicalizados de la sociedad en esa aventura salvaje y demencial.

En su discurso en la Asamblea General de la ONU, primero en diez años, Putin reclamó una amplia coalición para «afrontar los problemas que enfrentamos todos, de acuerdo con la ley internacional». Recordó, en esa ocasión, que hace 70 años una alianza había dejado de lado contradicciones mayores que las actuales –eran los tiempos de FD Roosevelt y Stalin, por poner dos ejemplos- para unirse para derrotar a Adolf Hitler. Comparó en el estrado de la ONU a los nazis con los grupos islamistas radicalizados en su «odio contra la Humanidad», y destacó que «los países musulmanes tienen que jugar un papel clave en la coalición, más aún porque el EI no sólo representa una amenaza directa contra ellos, sino que además ataca a una de las mayores religiones del mundo por sus métodos sangrientos».

Luego agregó: «En lugar del triunfo de la democracia y el progreso, hemos conseguido violencia, pobreza y desastre social. Y nadie se preocupa por los Derechos Humanos, incluyendo el derecho a la vida». 

Putin ya había establecido contacto con las autoridades de Irak e Irán para, junto con representantes del gobierno sirio, crear un centro de información en Bagdad para analizar la situación. Las potencias europeas están tratando de encontrar canales de diálogo para resolver la cuestión por la vía diplomática. Se miran en el espejo del acuerdo nuclear con Irán de los cinco miembros del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU más Alemania. Consultados por la agencia The Associated Press, fuentes europeas revelaron que buscan una mesa en la que ingresen además de Gran Bretaña, Francia y Alemania, Rusia, China, Irán, Arabia Saudita y Turquía. Normalmente Estados Unidos es reacio a aceptar esas vías políticas cuando no puede mantener las riendas de la negociación, como parece ser el caso.

Por lo pronto, el secretario de Estado John Kerry se reunió de urgencia el miércoles con el canciller Sergei Lavrov en una oficina de la ONU. Al término del encuentro dijeron que habían acordado coordinar las acciones entre los jefes militares. Kerry y Lavrov, dicen quienes los conocen, tienen una «buena vibra» y hablan sin tapujos entre ellos. Pero de allí a que planteen en público el alcance de sus controversias hay un trecho muy largo.

Lo que divide profundamente a Estados Unidos y sus aliados de Rusia y Siria –y es un dato público- es que todos plantean como salida para la guerra civil en ese país establecer un gobierno de transición. Solo que para los «occidentales» ese régimen debería ser con Al Assad afuera del gobierno  mientras que para los rusos, el actual mandatario debe ser garantía de cualquier acuerdo futuro. Y adentro.

No sería fácil para Putin «traicionar» a un socio de años, cuya familia mantiene lazos con Moscú desde la época de la Guerra Fría a través del padre del presidente, Hafez al Assad, quien gobernó hasta su muerte en el año 2000. En 1971 se construyó la base militar de Tartus, que es la única de la época soviética que Rusia mantiene fuera de su territorio, en el Mediterráneo. La otra gran base, desde la cual controla el mar Negro, es la de Sebastopol, en Crimea, la península que recuperó el año pasado tras al derrocamiento de Viktor Yanukovich.

En todo caso, si algo le podrían criticar a Putin sus más cercanos es no haber decidido la incursión mucho antes, cuando era obvio que las fuerzas occidentales no iban a cejar en su intento de sacar del poder a Al Assad y que para ello habían apoyado a grupos opositores con armas, entrenamiento y dinero. Para entonces, avanzado el año 2011, Putin ya le había dicho a Obama que no pensaba dejar en la cuneta a Al Assad y mucho menos abandonar su base militar.

Juntos acordaron en 2013 el desmantelamiento del arsenal químico de Al Assad, que había sido acusado de utilizar ese tipo de armamento prohibido contra sus enemigos. El gobernante también está acusado de llevar a cabo una matanza de opositores. En tal sentido, la Justicia de Francia abrió en estos días un proceso por «crímenes de guerra» contra el gobernante. La fiscalía de París analizó miles de fotografías de unas 11 mil víctimas de asesinatos y torturas entre 2011 y 2013, destacaron los medios galos.

Es cierto que el riesgo de los bombardeos rusos es que la situación se desmadre, de allí la preocupación de Kerry. Buscaba con Lavrov  algún tipo de conexión para que, en primer lugar, no se terminen atacando entre los intervinientes, que no sería exactamente «fuego amigo» pero tampoco son dos sectores enfrentados militarmente. El peligro de atacar población civil también es alto. Pero si es por eso, este martes sin ir más lejos más de 130 civiles perdieron la vida en el distrito yemenita de Taez cuando aviones de la coalición que lidera Arabia Saudita lanzaron su cargamento mortal contra los invitados a un casamiento, según confirmaron autoridades de Yemen.

No es la primera vez que sucede en la región, con protagonistas diversos. Nada garantiza que algo así no ocurra en Siria para embarrar aún más esa cancha de por sí difícil. 

Tiempo Argentino

Octubre 2 de 2015

Ilustró Sócrates